Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

Grandes esperanzas

Esa criatura platónica que podemos denominar ´el hombre de la calle´ está muy informada y se piensa con mucho cuidado lo que va a votar

Hace mucho tiempo que no se notaba tanto interés por la política. Y que yo recuerde, sólo en los tiempos de la Transición -entre 1975 y los primeros 80- se ha vivido entre nosotros una situación equiparable a la actual, con tanta curiosidad y tanto entusiasmo por parte de la gente. El otro día, en plena calle, me topé con un chico y una chica que iban discutiendo de política. Tendrían unos 18 años, no más, y eran dos tipos muy normales, ni hipsters ni alternativos ni nada de eso. Parecían estudiantes muy normalitos, nada más. Pero lo llamativo del caso era cómo los dos hablaban de política y con qué conocimientos y con cuánta precisión usaban los datos y los argumentos. Uno de ellos, el chico, hablaba de "duplicidades en la Administración" y de "gastos superfluos" y de la "deuda pública que no para de crecer". Y la chica hablaba de "la legislación contra la violencia de género" y de "la precariedad laboral" y de "la falta de expectativas". Lo recuerdo bien porque fui andando unos diez minutos a su lado y pude oír muchas de las cosas que decían. Y lo mejor de todo es que aquellos dos estudiantes discutían de forma muy civilizada, sin alterarse ni levantar la voz, como si hablasen del complejo argumento de una película que no habían conseguido entender del todo pero que les había parecido fascinante. Ahora nos olvidamos muy deprisa de todo, pero si hace sólo diez años hubiéramos oído a dos jóvenes hablando así por la calle, habríamos pensado que no estaban bien de la cabeza o que se habían tomado uno de esos hongos alucinógenos que los entendidos llaman ´pasión púrpura´. Imagínense: "Duplicidades en la Administración", ni más ni menos.

No es la única experiencia así que he visto en estos últimos tiempos. Recuerdo a dos pintores de brocha gorda colgados de un andamio y escuchando por el transistor con mucha atención -muchísima atención- un debate electoral entre candidatos. Y a dos señoras en el autobús, en el asiento de atrás, discutiendo sobre qué candidato deberían votar, citando propuestas concretas y analizándolas con mucho cuidado. Y que conste que eran dos señoras que a simple vista se podrían calificar de ´marujonas´, es decir, de las que se supone que no tenían ningún interés en política ni solían informarse a fondo. Pues no, para nada, sino todo lo contrario. Y hace poco estuve en una oficina de correos y la mayor parte de los usuarios -y eran muchos- estaban tramitando el voto por correo. Hacía mucho tiempo que no veía tanta gente haciendo cola.

Supongo que este interés justifica la volatilidad del voto que detectan los sondeos y la gran cantidad de indecisos que todavía no han elegido una opción concreta. Está claro que la gente -o al menos esa criatura platónica que podemos denominar ´el hombre de la calle´- está muy informada y se piensa con mucho cuidado lo que va a votar. Ahora bien, lo que no tengo tan claro es si la gente -o esa entidad hipotética que llamamos ´ciudadano medio´- es consciente de las limitaciones con que se van a enfrentar todos los candidatos, unas limitaciones que hacen irrealizables muchas de las propuestas que se están haciendo. Vivimos en un país que necesita financiación exterior porque no genera los ingresos suficientes para financiar su costosísimo -y por desgracia muy poco valorado- Estado del Bienestar. Y ésta es una verdad desagradable que no ha asomado para nada a lo largo de estas semanas frenéticas de contienda electoral. Ni un solo candidato, que yo recuerde, la ha recordado o la ha sacado a relucir, quizá porque nadie quiere enfrentarse a una verdad que invalida todas las promesas que resultan más agradables a sus posibles electores.

Es muy difícil, por ejemplo, que la Unión Europea -que de momento es quien nos presta el dinero- pueda aceptar un cambio en la legislación laboral que la haga más humana y que no condene a los empleados a la precariedad y a la humillación. Y es muy difícil que la UE acepte la creación de una banca pública o la nacionalización de determinadas industrias energéticas. No digo que esa dificultad sea justa ni aceptable, para nada, sino tan sólo que las cosas son así. Y mientras seamos un país que no consiga pagar por sí mismo todos los gastos que necesita cubrir, vamos a tener que mantener las mismas políticas económicas y sociales, con muy escasas diferencias con respecto a las adoptadas hasta ahora. Y si acaso, lo único que podemos esperar es que una serie de reformas graduales y realistas nos hagan más eficientes y más equitativos, y poco más. Pero aunque sólo fuera esto, ya sería mucho.

Compartir el artículo

stats