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Las campañas: entre adanismo y edenismo

Los voceros electorales se parecen entre ellos como gotas de agua, y todos venden la moto como reza el título: entre el adanismo de pretender hacernos creer que nadie antes que ellos/ellas ha hecho propuestas semejantes, y el edenismo de plantear, si se pusiera en práctica cuando menos una parte pequeña parte, como ocurre siempre de su programa, una Arcadia feliz. El paraíso recobrado: el edén.

Es lo que ha venido sucediendo hasta aquí, sin que la experiencia sirva para algo más que vacunarnos frente a sus discursos cuajados de tópicos, grandilocuentes, que prometen lo que caerá en el olvido a las primeras de cambio y servirá, únicamente, de próxima carnaza para el programa de Ana Pastor en La Sexta; como argumento para columnistas dados a la pejiguera (vean si no) y sustento de una oposición que, de acceder al poder, ejemplificará ha ocurrido hasta la fecha el más de lo mismo. No hay proceso de transversalidad cuando recogen información o listan los problemas para inspirar esas alternativas que, ante todo, pretenden la sintonía traducida en votos y pasarán al baúl de los recuerdos ante la primera dificultad. Y todo ello puede aplicarse, con independencia del color político de los contendientes, al extremo de que no es exagerado apuntar, con el escepticismo a que nos abocan, que sólo cambian los collares, omitiendo el calificativo de perros por si la mención pudiera ser objeto de demanda.

Directa o indirectamente, se trata de autopromocionarse y, la ideología, mero trampolín al igual que muchas de sus proposiciones: brochazos que los resalten y los diferencien para hacer, de cada uno, el Adán de los años por venir. Y aunque vistan sus retahílas de lagarterana, el ombligo es lo que prima, desde el populista a favor de los vientos a ese otro de la derecha enmascarada. Y es que, lo he escrito en alguna ocasión remedando a Cèline, cualquier tonto del culo se mira al espejo y ve a Júpiter. ¿Y qué mejor espejo que el de estos días, en olor de multitudes? Pagados de sí mismos, repito, y con un orgullo demasiado grande ¡elegidos líderes y en papel de altavoces! ¡Ahí es nada! como para escuchar a otros que su corifeos.

El caso es que si no existiera aquello que se canta, no se está por ponerle remedio o fue excluido de unas prioridades que se han consensuado en camarilla, lo que oiremos hasta el hartazgo es la voz del cantor, que decía en una de sus novelas el lúcido Peter Handke. El soniquete que nos martillea hasta el agobio, descubriendo unas realidades que podrían ser sólo palabras destinadas, más que a perfilar éstas por si pudieran cambiarse, a velar los hechos o adulterarlos a conveniencia para transformarlos en utopías y dicen que éstas, las utopías, han trascendido desde el siglo XVIII el ámbito literario para permear el discurso social. No dudo de que quien lo afirmó en su día se refería a esta pandilla de redentores de tres al cuarto, cuya mentira menos ofensiva, la más soportable de cuantas nos endilgan, es la modestia con que suelen presentarse, en un ingenuo intento por llegarnos al alma con esos sus análisis que, en el mejor de los casos, no pasan de ejercicios de salón.

Y es que desde el hambre a una distribución de la riqueza que está pidiendo a gritos mano de santo, las tradicionales alianzas entre poder y capital, corralito para los amiguetes, dineritos en negro o una justicia que el pobre debe pagarse mientras se pospone sine die para los que sabemos, son la punta de un iceberg que sólo se maldibuja en estas fechas. Como las listas de espera en Sanidad, la violencia de género, unos inmigrantes la mar de molestos o los balbuceos frente a cualquier salvajada si no hay petróleo de por medio. Pero ha llegado el momento de revalidar el momio o hacerse con él y ahí tenemos, una vez más, al consorcio de falsarios, sin que hayamos prestado la atención que debiéramos a quien apuntó, cargado de razón, que conviene evitar a los hombres de Partido por no ser partidarios de la verdad.

Il faut changer la vie, claro que sí, pero tenemos ya demasiado callo para que vuelvan de nuevo los adanistas con edenismos; con paraísos que no serán otros que los que procuren, a ellos y sus conmilitones, un mejor estar. Bajo esa óptica, ni confundir las posibilidades con sus deseos ni presentárnoslas a nosotros, sus eventuales asideros para el objetivo que persiguen, como si la subjetividad de que hacen gala fuese la única; la mejor entre las posibles. Así que menos lobos. Porque de las mentiras no surge verdad alguna y, de ser ésta la que esgrimiesen, necesitamos garantías de que seguirán aferrados a ella más allá de las urnas. En esa tónica, estamos deseosos de que en los próximos días nos convenzan a quienes estamos instalados en la, descorazonadora en ocasiones, cautela del perro ahora sí ya apaleado. Porque el cielo, dijo el poeta, ni es cielo ni es azul. De modo que pulan todos ellos sus envites para hacerlos, si no creíbles en conjunto, siquiera soportables. Y es que el edén, desde Adán, pura entelequia.

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