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Antonio Papell

Podemos y la socialdemocracia

La decadencia del bipartidismo imperfecto de que hemos disfrutado aquí durante toda la etapa democrática no tiene causas propiamente ideológicas: se ha debido a la pésima conducción de la gran crisis que han realizado los dos grandes partidos y a la corrupción que ha alcanzado cotas inenarrables. Todo ello ha colmado la paciencia de la ciudadanía, que ha hecho ostensibles gestos de indignación que han terminado teniendo consecuencias.

El surgimiento de nuevos partidos es la consecuencia lógica de aquel fracaso de las formaciones viejas, y habrá que aceptar deportivamente la llegada de los nuevos protagonistas que a buen seguro enriquecerán el funcionamiento del sistema parlamentario. Pero conviene reflexionar sobre lo que está pasando para identificar lo que ocurre y adoptar ciertas cautelas.

El influjo de las fuerzas emergentes sobre el viejo binomio PP-PSOE no es simétrico. Ciudadanos, que irrumpe por el centro, trabaja la materia ideológica demoliberal y crece a expensas de las dos formaciones colindantes. Pero Podemos introduce elementos nuevos en el abanico parlamentario y en el debate ideológico. Podemos no es, ni pretende ser, heredero de la izquierda socialdemócrata que construyó en la Europa de la posguerra los estados de bienestar y que hoy intenta bien es verdad que a trancas y barrancas mitigar la frialdad liberal del laissez faire y atribuir al Estado determinadas funciones de integración social y equilibrio socioeconómico: Podemos exhibe con escaso pudor el odio leninista a la socialdemocracia y compite con ella, no la complementa.

Para entender esta situación, es ilustrativa la anécdota que contaba recientemente Antonio Elorza en un artículo: en una ocasión, al encontrarse con Monedero en los pasillos de la Universidad, el fundador de Podemos le espetó, "¿qué hay, socialdemócrata?", a lo que Elorza respondió "¿Qué? ¿Has comprado ya los plátanos para tu gorila?". Así las cosas, se equivocarían quienes pensasen que el voto dirigido al PSOE y a Podemos es intercambiable. Para entendernos, los socialistas, con mayor o menor fortuna, propugnan la evolución de nuestro régimen político conforme a pautas semejantes a las de sus partidos hermanos europeos, ajustadas a las pautas comunitarias y que incluyen una base estatal de protección social importante sobre la cual funciona sin rozamientos la economía de mercado. Son los modelos centro y norte europeos, que concentran hoy las mayores tasas de bienestar del mundo.

Podemos, en cambio, tiene familiaridades con otros movimientos "revolucionarios", como el chavismo. Y aun aceptando que el régimen venezolano ha degenerado hasta la caricatura tras la muerte de su fundador, no parece que sus exóticos fundamentos constitucionales ni sus desarrollos demagógicos puedan tener encaje en un país europeo. Con una particularidad: que cuando estos regímenes fracasan, hundidos por sus propias contradicciones internas, como acaba de ocurrir en Argentina y el Venezuela, no surge a relevarlos una izquierda socialdemócrata poderosa sino una derecha rampante y sin matices. La izquierda socialista racional ha sido laminada literalmente por el populismo.

Podemos irrumpió en la escena electoral española en las elecciones europeas de 2014, y lo hizo con un programa radical, extremado, que incluía por ejemplo la renta básica universal, el salario máximo, la jornada de 35 horas y la jubilación a los 60 años, así como la recuperación del control público en los sectores estratégicos de la economía. Todo aquello ha cambiado, pero no ha sido por convicción sino para ampliar la base de votantes, inversamente proporcional a la radicalidad de las propuestas. Es una opción sin duda legítima, faltaría más, pero nada tiene que ver con la socialdemocracia, con la tradición socialista europea y española, ni siquiera con los fundamentos teóricos de la Unión Europea. Conviene que se diga y que se sepa.

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