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Antonio Papell

El CIS y las elecciones

La encuesta preelectoral del CIS, publicada este jueves, menos de un mes después del barómetro trimestral ordinario que se dio a conocer el 5 de noviembre, constata grandes cambios en este breve periodo de tiempo. Y como el último sondeo se basa en un trabajo de campo realizado entre el 27 de octubre y el 16 de noviembre, el tiempo transcurrido desde la toma de datos y la publicación relativiza la consistencia de los últimos resultados, dada la altísima volatilidad de la situación, que, al haber aumentado el número de actores políticos, no tiene además antecedentes que permitan disponer de reglas empíricas de cálculo. En definitiva, hemos de tomar los datos con gran cautela porque la previsión es en este caso más adivinanza que prospección.

Dicho esto, no está de más que analicemos, aunque sea a modo de abstracto ejercicio intelectual, los resultados obtenidos. Según el CIS, el PP obtendría el 28,6% de los votos y 120-128 escaños (tuvo 186 hace cuatro años); el PSOE, apenas el 20,8% y 77-89 escaños (110 en 2011), Ciudadanos, el 19% y 63-66 escaños, y Podemos, el 9,1% y 23-25 escaños, si bien a esta última formación habría que sumarle la representación obtenida por los partidos regionales asociados en Cataluña (En Comú Podem), en Galicia (En Marea) y en Valencia (Compromis-Podemos), que ascendería a 22-24 escaños.

Los dos partidos "viejos" alcanzarían sólo el 49,4% de los votos y habrían perdido entre 79 y 99 escaños con relación a los resultados de hace cuatro años. El desastre es de especial gravedad, y será más acusado para el PSOE que para el PP porque si esta formación triunfa finalmente y consigue formar gobierno enmascarará la gran defección de gran parte de su apoyo social. El PSOE, en cambio, que bajaría de 10 a 5 escaños en Madrid y de 14 a 7-8 en Barcelona, después del mal resultado de 2011, entraría en una fase de tremenda depresión, que llevaría a una inevitable refundación del partido.

Con estos resultados, hay dos posibilidades de formar un gobierno: la alianza Partido Popular-Ciudadanos y el pacto PSOE-Ciudadanos-Podemos. Este tripartito pacto de perdedores chocaría con el criterio no escrito pero sí enunciado por Felipe González en 1996 de que en el Estado debe gobernar siempre el partido más votado (en aquella ocasión, González hubiera podido desbancar a Aznar mediante un teórico pacto con IU y los nacionalistas, que ni siquiera se planteó). Con toda lógica, el jefe del Estado, en esta hipotética tesitura, debería encargar la formación del Gobierno al líder de la formación más votada, tras escuchar a todos los portavoces parlamentarios.

Ciudadanos se convertiría así en árbitro de la situación, y aunque en teoría podría aprovecharse de ella imponiendo al PP (o a la suma de PSOE y Podemos) la condición de presidir el nuevo gobierno, parece lógico pensar que Rivera actuará como ha hecho en la Comunidad de Madrid, por ejemplo: apoyando con severas condiciones al gobierno del PP desde la oposición. Y apresuradamente hay que decir que semejante fórmula, que puede valer para la política local, es poco seria y poco sólida en el plano estatal, en el que lo lógico es que quien impone las decisiones asuma la responsabilidad. Lo contrario recuerda inevitablemente la política indecente de peix al cove que practicaba Jordi Pujol.

Para terminar este análisis, es oportuno traer un dato alentador: las formaciones de Junts pel Sí obtendrían sólo 16 de los 47 escaños de Cataluña. Esta sí que sería una verdadera desconexión.

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