Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Eduardo Jordà

Marsellesas

Una de las mejores secuencias de la historia del cine la rodó Jean Renoir en La gran ilusión, cuando un grupo de soldados franceses de la Primera Guerra Mundial, prisioneros en un campo de concentración alemán, se ponen a cantar La Marsellesa al enterarse de que sus tropas han recuperado una posición que había caído en poder de los alemanes. Y lo mejor de todo es que esa escena ocurre cuando los soldados están haciendo una representación de teatro amateur en un escenario improvisado. Y quien empieza a cantar es un prisionero inglés vestido de mujer, que se quita la peluca y se pone firmes y empieza a cantar cuando oye la noticia. Al poco tiempo todos los soldados franceses le imitan, y el gran Jean Gabin, el John Wayne francés, se acerca a unos oficiales alemanes que están observando la escena y se pone a cantar delante de ellos, orgulloso y tranquilo. Los dos oficiales alemanes, avergonzados, se alejan a toda prisa de allí como si su vida corriera peligro.

La escena de 'Casablanca' que casi todo el mundo recuerda y en la que también se canta La Marsellesa es una copia de la escena de Jean Renoir, sólo que incorpora ideas nuevas que la mejoran y la engrandecen. En Casablanca, por ejemplo, el héroe de la resistencia antinazi oye cantar a un grupo de oficiales alemanes en el café de Rick, y ni corto ni perezoso se acerca a la orquesta y ordena entonar La Marsellesa. Los músicos, dubitativos eso es cine, piden permiso a Rick (Humphrey Bogart), que da su asentimiento con una inclinación de cabeza. Y acto seguido, entusiasmada, toda la orquesta empieza a tocar el himno. En este punto Casablanca supera a Renoir y ya es decir, porque Victor Laszlo, el antifascista, empieza a cantar La Marsellesa, y al poco tiempo dos, tres segundos todo el local de Rick está cantando el himno. Y lo mejor de todo y aquí el cine de Hollywood demuestra por qué nos podía tener horas y horas atrapados en una butaca de cine es que los oficiales alemanes, desanimados, abatidos, desisten de cantar. Es una forma muy sutil de decirnos que son conscientes de que nunca podrán derrotar a un himno como La Marsellesa. Y es una forma muy sutil de describirnos que esos oficiales y las ideas que representan sólo se merecen la derrota, una derrota que en 1942, cuando se rodó Casablanca, sólo era una remota esperanza porque la Alemania nazi controlaba casi toda Europa.

Cuento esto porque mi hijo lleva varias semanas escuchando La Marsellesa, tal como sonó en el estadio de Wembley después de los atentados de París. El vídeo está en YouTube y estos días se ha hecho "viral", como se dice ahora con ese lenguaje tontorrón que usan algunos publicistas. En España La Marsellesa nunca tuvo mucho éxito, porque era un himno republicano que animaba a derribar la tiranía y que contenía exaltaciones impetuosas a la rebelión. En los años de la República la solían tocar las orquestas de pueblo en los actos de las organizaciones de izquierdas, y cuando llegó la guerra civil y se inició la terrible represión franquista, el simple hecho de haber tocado La Marsellesa les costó la vida a muchos de aquellos músicos. Una vez, en Manacor, Rafel Ferrer Massanet me recitó el poemita que les hacían recitar a los niños en los colegios en los años de la guerra: "Butifarra catalana/ i formatge de Maó/ i una truita a la francesa,/ jo no en vull sentir s'olor". Ahí estaban encarnadas las tres influencias maléficas: Francia, Cataluña y el republicanismo. "Sa truita a la francesa".

Pero ahora ocurre justo lo contrario. La Marsellesa se está convirtiendo en un himno europeo que gusta a los jóvenes que no saben con qué himno identificarse y que hasta ahora sólo tenían a mano himnos de fútbol o himnos de bandas de rock. E igual que ocurrió en los tiempos de Casablanca, La Marsellesa vuelve a representar todo lo que nos identifica y nos une en unos momentos en que las cosas se están poniendo muy feas. En el distrito 10 de París, donde ocurrieron los atentados de los yihadistas, vivió Danilo Kis en los últimos diez años de su no muy larga vida, hasta su muerte en 1989. Si hubiese estado vivo, Kis podría haber sido uno de los muertos del 13 de noviembre que estaban cenando en los bistrós del Boulevard Voltaire. Y si hubiera estado vivo, él que era yugoslavo y judío y húngaro y apátrida, como el Victor Lazslo de Casablanca también estaría cantando La Marsellesa"

Compartir el artículo

stats