Éste no es un artículo que sólo habla sobre lo que ha pasado en París. Éste es un artículo que reflexiona sobre lo que nos ha conducido a París, a Nueva York, a Madrid, a Londres, a Beirut, a Siria, a Afganistán, a Irak, a Túnez, a Libia, a Argelia... Sobre lo que ocurre en Sierra Leona, en Ucrania, en Chechenia y en tantos otros lugares en los que hay gente que mata a gente. Con toda la humildad de la que soy capaz, quiero hacer una reflexión al respecto que aporte una visión algo más serena y que seguramente pasará desapercibida (porque este texto no contiene ninguna fotografía que muestre un reguero de sangre ni un impacto de bala).

"¿Por qué?", se pregunta usted aturdido mientras busca explicaciones en informaciones presuntamente periodísticas, superficiales y descontextualizadas, o está expuesto a comentarios de odio en las redes sociales que proceden de la agitación que genera ciertas imágenes repetidas hasta la intoxicación psicológica. "Porque son terroristas, radicales y quieren hacer daño", suele ser la conclusión más común que llega desde el circo mediático de la mano de políticos y contertulios.

Tal conclusión es una obviedad. Quieren sembrar terror y acabar con lo que somos, no hay duda. Ya es demasiado tarde para hacerles cambiar de idea. Estoy de acuerdo y seguro que también usted. Son malos. Sí, lo son. Es una evidencia y somos testigos de ello.

¿Pero los políticos y los contertulios pueden decirnos algo más, aparte de que esto es una guerra contra el terror y de que hay que incrementar las medidas de seguridad? ¿Pueden ofrecer una explicación que esté a la altura de las circunstancias? ¿Una solución que no sea bombardear masivamente ciudades enteras que ya son escombros? No, no pueden. Porque el problema es de tal magnitud que ya sólo resta hablar de "enemigos" y de "guerra". No hay otra perspectiva en el horizonte que no sea esa ni otra manera de arreglar el problema que no sea con violencia. Nadie pide diálogo porque no se puede dialogar con quien toma un fusil, una ristra de explosivos y viene decidido a matarte. Tampoco se puede dialogar con los que bombardean desde el aire. Ellos son nuestros enemigos y nosotros los suyos. Este es el contexto que ha quedado definido y no hay otro.

Intentaré no ser muy denso. La raíz de todo está en el juego de la exclusión o la inclusión del otro y en una práctica muy habitual que es la de crear un enemigo. Los hay que excluyen a otros porque necesitan constituirse frente a ellos como "la opción válida". Es como desarrollar una identidad por oposición. Desde esa identidad creada por oposición el siguiente paso es incluir partidarios de la causa para hacerse más fuerte y acumular más poder. Los partidarios se consiguen esencialmente a través de la persuasión. Así se genera una clasificación de "ellos / nosotros", "amigos / enemigos". Los más excluyentes pero no los únicos excluyentes son los extremistas políticos y religiosos. Conciben al otro como el enemigo al que hay que aniquilar para mantener la ansiada dominación.

El que excluye usa la violencia contra el excluido a través de una imposición de las decisiones e incluso la fuerza física. Pero cuando el excluido se siente dominado, y al no haber posibilidad de diálogo, la respuesta también es violenta. Siempre ha sido así, en cualquier contexto, desde que el homo sapiens es lo que es.

El gran problema es que el juego de la exclusión y de la generación de enemigos se practica con demasiada frecuencia e impunidad desde el poder, de uno y otro lado. Tal vez porque, como decimos, la "exclusión del otro" acaba dando paso en algún momento a la violencia y ésta interesa. Interesa para atemorizar a los propios y tenerlos así controlados, amedrentar a los otros, e interesa también a los que hacen negocio utilizando la violencia.

Una forma de excluir a los otros es por medio del lenguaje. Eso es lo que estamos viendo ahora. La extrema derecha europea y los islamistas tienen algo en común: quieren apropiarse del significado de la palabra "musulmán" para, o bien criminalizar a todos los musulmanes, o bien hacerlos partícipes de su causa. Para unos son enemigos, para otros son amigos. ¿Se imaginan que usted estuviera en medio de esos dos extremos? ¿Hacia dónde se iría? Efectivamente, la extrema derecha le está haciendo el favor a los islamistas de empujar a los musulmanes hacia ellos. Si no cambia el discurso de la extrema derecha, lo que significaría que dejase de ser extrema derecha, la radicalización del conflicto persistirá porque los musulmanes, al ser llamados constantemente "enemigos", se irán con los que les llaman "amigos". Tan simple como eso. No se equivoquen. Los musulmanes no son los enemigos. Son tan víctimas y están tan en medio como los que no lo son. El inevitable enemigo que se ha creado por interés o porque la cosa se nos ha salido de madre es aquel que mata o llama a matar. Es muy distinto.

No puedo imaginarme otra razón que explique lo que sucede en los lugares en donde hay gente que mata a gente que no sea el uso de la exclusión y de la inclusión, de la persuasión, de la generación de antagonismos, de amigos y enemigos. Lo ideal habría sido que desde el principio hubiese dominado una concepción en la que el otro no es el enemigo, sino el adversario ideológico, al que se respeta, se tolera, al que unas veces se le gana y otras gana. Ahora es demasiado tarde. Para el futuro, quizás nos sirva entenderlo.

Para finalizar, doy las gracias a Antonio García Ferreras por su ejemplo de mala praxis (lo que en jerga popular se llama "bazofia") que pudimos ver el sábado 15 de noviembre en La Sexta Noche. Ha sido una inspiración a la hora de hacerme pensar y escribir (desde las niñas de Alcásser y Nieves Herrero no se había visto nada igual). Le iba a dedicar la tribuna, pero creo que es mejor dedicársela a las víctimas inocentes de la violencia generada por la fanática ambición humana, algo que tienen en común todos los que la practican.

(*) Periodista