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Antonio Tarabini

La regeneración democrática: los partidos políticos

En las democracias occidentales, los partidos políticos son las organizaciones a través de las cuales los/as ciudadanos/as, mediante el voto cada cuatro años, participamos en la política, en la res publica. Pero la realidad es que hoy por hoy los partidos, junto a otras organizaciones (sociales, cívicas y de diversa índole) sufren una fuerte crisis de legitimidad democrática. En consecuencia, es pura palabrería proponer decálogos de regeneración democrática si no afectan directamente a un cambio profundo en los funcionamientos internos y externos de los partidos políticos.

La degradación de los partidos políticos, y no sólo de ellos, se ha producido de modo gradual, aunque haya "explotado" ante su incapacidad de dar respuestas a las consecuencias de la crisis económica, social, cívica y política, que ha afectado (y sigue afectando) a buena parte de la ciudadanía. Ya en 1981, el político italiano Enrico Berlinguer, símbolo por aquellos entonces de la izquierda, afirmaba: "Los partidos de hoy son sobre todo máquinas de poder y de clientelismo, con un escaso o erróneo conocimiento de la vida y de los problemas de la sociedad, de la gente; con pocas o vagas ideas, ideales o programas; con cero sentimientos y pasión civil. Los partidos han ocupado el Estado y todas las instituciones. Todas la operaciones que las diferentes instituciones y sus dirigentes realizan se hacen básicamente en función de los intereses del partido y del clan al que pertenecen". Se puede decir más alto, pero no más claro.

De ahí surge la preocupante pero real desafección hacia todo lo que huele a política. Los ciudadanos y ciudadanas, con mayor o menor razón, tienden a ubicar a todos los partidos y a los políticos en un mismo saco. Sus funcionamientos internos son opacos. Sus candidatos surgen de las voluntades de sus aparatos. Los programas electorales son pura filfa. Y una vez concluidos los procesos electorales, los unos se instalan en el poder y otros en la oposición imposibilitando una participación real de la ciudadanía y sus diversas organizaciones en la gestión pública. Hoy el ciudadano y ciudadana, además de votar, quiere participar. Y como simple aviso para navegantes, y aunque sea una buena iniciativa, la implantación de unas primarias abiertas para la elección de los candidatos no es suficiente. Las primarias son un medio, pero el fin es la democratización interna de los partidos y la apertura real de puertas y ventanas a los ciudadanos y a sus problemas. Hoy por hoy, no comunican un proyecto, coherente y comprensible, ni de presente ni de futuro. Por ello, es imprescindible una reforma profunda de la Ley de Partidos y su financiación, así como de la Ley Electoral.

Los partidos políticos fueron esenciales en la articulación democrática en el siglo XIX pero actualmente, en pleno siglo XXI (una sociedad compleja, plural, sometida a rápidos y profundos cambios), es evidente la crisis de los partidos convencionales. Las consecuencias de tal desafección son inquietantes: la aparición relativamente exitosa de alternativas populistas que recogen el voto de los desengañados. Véase la implantación de partidos ultras, antisistema y xenófobos, en países de honda tradición democrática, desde Francia a Alemania pasando por los países nórdicos. En España, hoy por hoy, la situación es diversa. Nuestra realidad política viene marcada por la irrupción de nuevas "marcas", a la derecha Ciudadanos y a la izquierda Podemos, que como mínimo condicionan la prepotencia del bipartidismo. Según todos los sondeos, Ciudadanos bucea (aunque no sólo) en el caladero del PP y probablemente ha ayudado a hundir en la miseria a UPyD; mientras, Podemos crece (aunque no sólo) entre exvotantes de IU y también del PSOE. Pero ahora ya dentro del sistema no les resulta fácil mantener su frescura e inmaculada pureza. Más allá de los sondeos electorales, están por ver sus resultados reales en las ya próximas elecciones generales, donde deberán convertir sus críticas a tirios y troyanos en propuestas concretas.

Una breve alusión a los políticos/as, los actores y actrices del quehacer político. Aunque de todo hay en la viña del señor, no gozan de buen predicamento. Sin generalizar, tienen escasa capacidad de liderazgo, no trasmiten un relato creíble, y son cercanos (?) a la hora de buscar el voto pero después se alejan. Además, conviven con situaciones complejas: no se ha abordado su estatus profesional, no se ha solucionado de modo claro su régimen de incompatibilidades, las famosas puertas giratorias?

Concluyo como empecé: no hay regeneración democrática sin su correspondiente regeneración de los partidos políticos. Acudo una vez más a Berlinguer: de tal regeneración "depende la posibilidad de que se recupere la confianza en las instituciones, la gobernabilidad del país y el mantenimiento de la democracia".

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