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Antonio Papell

El efecto Montreal

Las pretensión secesionista del nacionalismo catalán ha generado abundantísima bibliografía sobre los grandes quebrantos que recaerían sobre Cataluña si diera e paso de la independencia. El ministerio de Asuntos Exteriores ha publicado un sesudo texto titulado "Consecuencias económicas de una hipotética independencia de Cataluña", y, junto a él, docenas de opúsculos, libros, artículos, conferencias, etc. han ido a opinar sobre un asunto tan arduo con éste, en el que las predicciones son difíciles, si no imposibles, y es muy probable que con frecuencia los apologistas de una opción o la contraria consigan efectos diametralmente opuestos a los perseguidos.

No me interesa seguir por esa senda, tan controvertible, pero sí en cambio me parece interesante una reflexión que podría hacerse en torno a Barcelona, la megalópolis capital de Cataluña, y el llamado ´efecto Montreal". Reflexión que podría extrapolarse fácilmente a toda Cataluña.

Montreal y Barcelona son las capitales de sendas regiones -¿naciones?- de tamaño parecido, Quebec y Cataluña, ambas inmersas en procesos centrífugos, de separación independentista del entorno, promovidos por potentes movimientos separatistas. En Quebec, como es conocido, la efervescencia tuvo lugar sobre todo en los años 70 -en 1976 ganó las elecciones el partido Quebequés-, y hubo incluso dos referendos, en 1980 y en 1995, ambos perdidos por los partidarios de la separación.

Las consecuencias de aquel proceso, hoy prácticamente desactivado gracias a la Ley de Claridad, que canaliza la disidencia en materia territorial, son difíciles de evaluar pero hay numerosas voces que hablan del "efecto Montreal", que habría provocado la decadencia material de la región y que habría comenzado cuando en 1977 el Banco de Montreal trasladó su sede social a Toronto, en el Pacífico. Según datos aportados por Fiona Maharg-Bravo en un artículo publicado recientemente en la prensa española, el traslado del sector financiero a Toronto estaba ya avanzado cuando ganaron los soberanistas, pero se aceleró después de que el francés se convirtiera en lengua oficial y obligatoria en el sector público de Quebec, las grandes empresas y los colegios. Unas 300.000 personas abandonaron Montreal entre 1976 y 1981, "muchos de ellos muy preparados y emprendedores". Y poco a poco, el centro de gravedad de Canadá se fue desplazando hacia Occidente, hasta la situación actual en que, con diferencia, es la costa del Pacífico la que tira del país hacia el desarrollo y el progreso.

Casi todas las comparaciones son odiosas y los parangones entre Quebec y Cataluña son tan relevantes como las disimilitudes. Sin embargo, Antón Costas, catedrático de Política Económica de la UB y presidente del Círculo de Economía de Cataluña, acaba de publicar un artículo titulado "PIB y poder económico" en el que sostiene la sugerente tesis de que de momento Cataluña, inmersa en las convulsiones del proceso soberanista, no está perdiendo PIB con relación al Estado español pero sí poder económico, capacidad de influir y de forjarse un futuro pletórico. "Hoy el objetivo -escribe Costas- debe ser no tan sólo no perder nuevas sedes de empresas, de bancos, de entidades financieras no bancarias y de servicios a las empresas, sino hacer de Barcelona y el resto de Cataluña un territorio atractivo como sede de negocios. Pero hay que ser conscientes de que el riesgo de declive es real". En definitiva -concluye- "el actual debate político en Cataluña tiene que abrirse a sus consecuencias económicas a largo plazo. El reto es conciliar la aspiración mayoritaria de un mejor autogobierno con el mantenimiento y fortalecimiento del poder económico, base del bienestar social futuro. No es sensato pensar que la economía lo aguantará todo [?] El riesgo es que la economía catalana acabe siendo sólo sala de máquinas, fábrica, pero no puesto de mando". No se puede explicar mejor.

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