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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Apuntes de la desazón

1. Madrid, pero sobre todo Londres y París evidencian el fracaso del multiculturalismo y de la integración de los musulmanes. Los terroristas eran ingleses y franceses de nacimiento. Aunque el condensado terrorista del resentimiento y la marginación sea reducido, es letal. Sólo EE.UU. ha conseguido afirmarse, con contados episodios de terroristas islamistas americanos, como sociedad multicultural. Es imposible separar el Islam de sus formas extremistas. No existen referencias de terrorismo protagonizado por otras minorías (sean subsaharianos, hindúes, chinos, etc.) practicantes de otras religiones e incursos en la misma situación social. Sólo sociedades cohesionadas en torno a los mismos valores pueden tener garantías de estabilidad.

2. La izquierda adanista mantiene que el terrorismo se combate con democracia, la tiranía se derrota con democracia, la libertad se asegura con la democracia. Hermosas palabras pero, me temo, retóricas. Pregunten a los argelinos, a los egipcios. A Hitler no le venció Chamberlain, sino la guerra. Fue Hitler quien acabó con la república de Weimar. Ejemplos, muchos. Basta repasar lo acontecido en el mundo musulmán desde la primavera árabe: Egipto, Libia, Siria, Túnez,€ Podemos manifiesta su rechazo al pacto antiyihadista en España, llama al diálogo y no a la venganza. Shirin Ebadi (nobel de la paz iraní): "Sólo se puede derrotar a los bárbaros con las ideas, no con las armas". Puede uno coincidir en que erradicar la marginación e integrar socialmente es el camino adecuado. Pero es acción a largo plazo, no sabemos cuán largo. Si tenemos que esperar a que las ideas (las aludidas) triunfen puede que no estemos ya para contarlo. Las ideas, a veces, incluso fracasan. La barbarie es la imposibilidad de las ideas. ¿Y mientras? ¿Nos vamos dejando matar?

3. Robert Kaplan en Por tierra, mar y aire, cita al militar Ralph Peters en The Counterrevolution in Military Affairs: "La fe es el gran factor estratégico que las facultades y burocracias incrédulas ignoran." Y a Dostoievski, que viene a cuento: "El defecto característico de las clases altas es que quieren basar la justicia sólo en la razón", no en cualquier sistema de creencias más profundo, en cuya ausencia todo puede racionalizarse, con lo cual la voluntad de una sociedad de luchar y sobrevivir se desvanece. Prosigue Peters: "Los revolucionarios islámicos creen más en sí mismos de lo que nosotros creemos en nosotros mismos€Nuestro arsenal por valor de billones de dólares no puede generar un instrumento de guerra tan efectivo como el terrorista suicida ´el arma más importante de nuestro tiempo´€La fe religiosa, de común acuerdo con unos medios de comunicación globales generalmente irreligiosos, constituye un arma de guerra barata y eficiente. Desde luego, el nacionalismo es otra forma de fe". Respecto a la estrategia de los bombardeos desde el aire y su casi total inutilidad, decía Bernard-Henri Lévy el pasado martes, "Si no hay tropas en su terreno, tendremos más sangre en el nuestro", Kaplan cita a otro especialista, Paul Bracken, catedrático de Yale: "Matar sin riesgo sólo es una señal de fuerza para nosotros; nuestro enemigo lo considera un signo de debilidad, hasta de cobardía." Remata Olivier Roy: "La decadencia es la condición esencial de una sociedad que ha evolucionado hasta el punto de que ya no tendrá que entrar nunca en guerra. A la que no le quede nada por lo que luchar y sacrificarse."

4. Cuando la madrugada del pasado sábado contemplé la salida de los franceses por los vomitorios del Estadio de Francia cantando el viejo himno que compuso Rouget el 26 de abril de 1792, como tantos, me emocioné. Me impresionó el coraje de unos ciudadanos unidos en torno a uno de los símbolos de su Estado; como tantos, sentí envidia. En España no tenemos estos símbolos comunes. La nuestra es una lamentable y atroz historia de divisiones radicales, longitudinales y transversales, izquierdas y derechas, nacionalismo y centralismo, carlismo y liberalismo, rojos y azules€Pero me invadió la inquietante sensación de que ante una situación percibida como de peligro mortal no existía la menor posibilidad de afrontarla si no era acogiéndose al coraje que posibilita la emoción que despiertan símbolos colectivos. Para algunos que, después de ver cómo se utilizan los símbolos como valores tribales para estigmatizar a los heterodoxos, somos proclives a desdeñarlos y a considerar enfermiza la emoción que puedan suscitarnos, es una clara constatación. Pensamos en otros valores normalmente asociados a lo individual, como la libertad, la nobleza, la grandeza, el coraje, la verdad, la compasión, etc, como más merecedores de nuestras emociones. Una contradicción de la que no se puede salir sino con la voluntad de acompasar los valores individuales a los Estados que los defienden en las sociedades civilizadas; y reconocer y aceptar sus símbolos. Es imposible pensar que sin interiorizarse individualmente los símbolos puedan ser defendidos los valores que representan. O como un mandato moral kantiano, el de conjurarnos contra el mal antes que vivir indignamente; aun con el riesgo de perder la vida. Decía Montaigne que nada noble se hace sin riesgo.

5. Quien ha podido ver la escenificación de la muerte de los yihadistas del Daesh quemando vivos a los prisioneros enjaulados sabe que nos enfrentamos al mal en estado puro. No hay conferencias de paz con el mal en estado puro. Y no podemos flagelarnos con los errores de occidente en oriente medio pensando que somos merecedores de castigo. Sostenemos sin ninguna base sólida la creencia, hegeliana, o mesiánica, en el progreso humano. No existe ninguna evidencia de que con nosotros vayan a cambiar las dinámicas históricas de poder y hegemonía que han definido siempre el estar en el mundo. Quienes responsabilizan a occidente de los males que ahora se vuelven contra nosotros lo hacen al modo de los economistas que profetizan con acierto sólo el pasado; nadie puede saber qué hubiera pasado de haber actuado de otra forma. Son las consecuencias involuntarias de los actos humanos. El futuro es impredecible.

6. Sólo podemos saber que ante la amenaza que se cierne sobre nosotros el mundo será diferente. Dice Ahron Bregman, profesor de Estudios de la Guerra en el King´s College, ex militar israelí, que "esta guerra no podemos ganarla, pero debemos librarla. Inhibirse sería suicida". ¿Por qué? Porque si no la libramos es seguro que vamos a perderla. Y aún así el precio que vamos a pagar será alto. En vidas. En bienestar, porque vamos a destinar muchos recursos a la seguridad. Y en libertades individuales también; los Estados van a reforzar el nacionalismo como instrumento imprescindible para luchar contra la otra fuente de fanatismo que nos está asesinando: la fe. Decía también Montaigne, que "no andamos; nos arrastran, como a las cosas que flotan, a veces con suavidad, a veces con violencia, según esté el agua embravecida o calmada". Malos tiempos.

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