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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Padres, vigilad a los futuros mártires

Los autores de la matanza de París son jóvenes europeos radicalizados y a su alrededor nadie consiguió desactivar su odio. La comunidad musulmana deberá implicarse de forma activa en defender una convivencia en democracia

El escritor de origen sirio Adonis ha dicho tras la masacre de París, la ciudad que le acogió tras su segundo exilio, que no se puede combatir el radicalismo islámico solo con violencia, que se impone emplear la cultura. Para el laico militante Adonis, la poesía es lo contrario de la religión, y tal vez por eso siempre ocupa un lugar destacado en las quinielas del Nobel de Literatura pero nunca se lo dan. Para no molestar. Somos muy de no molestar al otro lado de la burricie. Sostiene Adonis que los tres pilares del universo son el amor, la amistad y la poesía, y critica el Islam porque es una religión cargada de normas y leyes, pero sin pensadores y sin cultura. He reflexionado mucho sobre sus palabras de sabio perseguido por los integristas, que exigen recurrentemente la quema de sus libros, al leer los extractos de las biografías de los asesinados el viernes, en su mayoría jóvenes universitarios, licenciados, músicos, profesionales liberales, artistas, cooperantes, parejas que se daban ese tiempo para reconocerse con una velada romántica en una terraza, amigos que quedaron para beber y charlar, novios en su luna de miel, padres recientes, trabajadores que disfrutaban de un respiro o del premio de vivir esa ciudad crisol con alma de fiesta. Como Nueva York. No les sirvió de mucho la cultura para protegerse de la balas y las bombas, que no discriminaron entre quienes apoyaban la política exterior de su país en Oriente y quienes la repudiaban. Tipos semianalfabetos de su misma edad han dado un buen mordisco a lo mejorcito de una generación.

El reclutador de los autores de la masacre de París es un belga, igual que otros degolladores y asesinos del estado Islámico habían nacido en Inglaterra o Francia, recordemos el asesinato de los periodistas de Charlie Hebdo a manos de compatriotas galos. Sus padres o abuelos emigraron para tener una vida mejor, pero siempre han mantenido una fidelidad en lo doméstico a costumbres que poco tienen que ver con los valores de la democracia occidental, especialmente en lo que respecta a la represión de las mujeres, a las que mucho se echa de menos en nuestras universidades o en nuestra vida pública. Son gente de paz, pero que van a lo suyo, con mucha resistencia a mezclarse, a participar, y, según justifican, nosotros tampoco les ayudamos. Sus descendientes encuentran una salida al desarraigo apuntándose a la yihad. ¿Nadie se da cuenta de que su hijo, hermano o primo va y viene de campos de entrenamiento, de que se ha radicalizado hasta el extremo, de que desaparece meses, de que trasiega armas en secreto? Esas familias deberán ayudarnos y desactivar las futuras bombas humanas que cenan en su mesa. Deberán darles ejemplo e información, luchar para que se formen y adquieran esa cultura de la que habla Adonis, la que te hace repudiar el odio y cualquier derramamiento de sangre. Y si no lo consiguen, tendrán que denunciarles. Los tibios comunicados de rechazo y condena de masacres como la de París, o Madrid, o Londres o el avión ruso que salen de las mezquitas no bastan. Los musulmanes no pueden vivir en su cómodo aislamiento mientras la población civil de sus países de acogida en su conjunto es señalada como el enemigo a batir. Su silencio suena cómplice y colaborador. Los musulmanes que odian la violencia deberán pasar a la acción en la medida que puedan. A ellos también les están ganado la partida los fanáticos capaces de construir sobre su inercia y nuestro miedo un futuro tenebroso que no quiero ni imaginar.

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