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Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

Malos tiempos

Si hace diez años ya había motivos serios para ser muy pesimista, ahora mismo ya no queda ninguna razón para dejar de serlo. Nos guste o no, y queramos entenderlo o no, vamos a vivir en un estado de guerra permanente como el que se vive en Bagdad o en Jerusalén o en Beirut o en muchas zonas de Pakistán. No será una guerra tan brutal como la de Siria o la de Irak -crucemos los dedos-, pero esa otra guerra de baja intensidad no nos librará de vivir bajo la amenaza continua y la angustia permanente. Los atentados de París se repetirán y es muy posible que sean mucho más crueles que los que ya hemos visto. La sospecha se instalará entre nosotros e irá corroyendo las relaciones con la comunidad musulmana, que en una gran medida no tiene ninguna culpa y lleva mucho más tiempo que nosotros sufriendo el terrorismo yihadista. Y será muy difícil que el modo de vida que hemos conocido -un modo de vida basado en la libertad individual y en el ideal del equilibro social fundado en la justicia distributiva- pueda hacer frente a esta nueva situación. Si la crisis económica ya había empezado a resquebrajar ese modelo desde hace casi una década, una guerra larga, extenuante y carísima sólo podrá destruirlo por completo. ¿Quién va a pagar pensiones, ayudas a los parados y prestaciones para la dependencia, si una gran parte del presupuesto se ha de dedicar a la inteligencia militar, las operaciones antiterroristas y las ayudas a los damnificados y a las víctimas? Imposible saberlo.

Y no conviene engañarse ni hacer como que no queremos enterarnos, según esa bonita tradición nuestra que consiste en eludir las verdades incómodas o dar la espalda a los hechos que no se ajustan a nuestra visión de las cosas. Esa bonita retórica hueca que habla de más libertad y más democracia no sirve para nada en una guerra contra unos enemigos que no tienen miedo a morir y a los que les importa un pimiento ser capturados o eliminados. La guerra convencional estaba pensada para un enemigo que tenía un razonable deseo de vivir. Pero los yihadistas están tan poseídos por el odio y el resentimiento que aspiran a morir en vez de vivir. Y en estas condiciones, afirmar que se debe dialogar con ellos o que se debe actuar con las máximas garantías democráticas es una tomadura de pelo. Quizá podamos mantener algunas garantías, quizá podamos conservar algunas de las cosas que apreciamos, pero va a ser muy difícil mantenerlas si esta guerra dura veinte o treinta años. No olvidemos además la crisis económica y el cambio climático y el lento proceso de descomposición social que está carcomiendo ya a toda Europa. ¿En qué condiciones podríamos mantener nuestros servicios públicos y nuestro estado del Bienestar si nos enfrascamos en una larga guerra de baja intensidad contra un enemigo casi siempre invisible y que en realidad vive entre nosotros?

Y lo peor de todo es que no estamos nada preparados para vivir esta nueva situación. Estamos acostumbrados a un confort material y a una cultura de la queja que no nos predisponen en absoluto a soportar lo que se nos está viniendo encima. Y en este sentido, ver lo que muchas de las supuestas lumbreras de este país dicen en algunos tuits pone los pelos de punta por la ingenuidad o la simple estupidez que demuestran. Esta gente cree que el yihadismo es un invento de Occidente porque la CIA financió a Bin Laden o porque le vendemos armas a Arabia Saudí. Y esa gente cree también que Occidente es culpable por mantener encerrados a los inmigrantes magrebíes en unos guetos infrahumanos (olvidando los innumerables servicios sociales que disfrutan, y que son inaccesibles para el noventa por ciento de habitantes de este planeta). Y esa misma gente cree que "alguien" -nunca se nos dice quién- nos metió en una guerra "allá lejos" -tampoco se nos dice dónde-, y que a consecuencia de aquella guerra "allá lejos" ahora vivimos lo que vivimos. Y sí, es cierto que la invasión de Irak fue una estupidez incomparable que ha agravado mucho los problemas, pero uno se pregunta qué guerra se libraba el 11 de septiembre de 2001 cuando los yihadistas derribaron las Torres Gemelas. Y yendo más allá, uno se pregunta qué guerra se libraba cuando en los años 90 se produjeron los primeros ataques del terrorismo islamista en Europa.

Siento insistir en ello, porque no estamos acostumbrados a las malas noticias, pero vienen malos tiempos. Y lo único que podemos hacer ahora es intentar disfrutar de lo poco que nos queda. Los que nos llaman "idólatras" y "depravados" no soportan la idea del disfrute, porque están tan devorados por el odio y el resentimiento que desprecian la vida y sólo aman la muerte. Pero eso, me temo, es lo único que nos queda a nosotros: nuestro frágil, nuestro fugaz, nuestro indestructible amor a la vida.

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