Sea cual sea su edad, es seguro que alguna enfermera o enfermero le habrá administrado vacunas u otro tipo de medicación alguna vez en su vida. Tal vez le habrán hecho una cura, le habrán ajustado la pauta de insulina, o le habrán prescrito dieta u otros cuidados. Incluso es posible que conozca a alguien que ha sobrevivido por la rápida actuación de una enfermera, aunque igual ni lo sepa.

En el ideario popular aún persiste la imagen de la enfermera como "ayudante" subordinada al médico. A menudo, en mi consulta, me dicen "parece usted médico" y cuando pregunto por qué me dicen que "porque sabe usted tanto..."

No se dan cuenta de que "mi saber", como el de otras enfermeras, es en parte compartido con el de la Medicina, con el de la Psicología, con el de las Ciencias Sociales o las Humanidades. Compartido y, a la vez, complementario al saber de esas otras profesiones: de los médicos, de los psicólogos, de los trabajadores sociales... La Enfermería es una profesión autónoma, cuyo centro de atención es el ser humano en su conjunto, porque las personas somos muy complejas.

Las enfermeras estamos presentes en todas las etapas de la vida. Desde el principio: las matronas ayudando con su saber experto a las mamás cuando dan a luz y durante la lactancia. También en la infancia, en la adolescencia, en la edad adulta; cuando estamos sanos, para no enfermar; o cuando estamos enfermos, para ayudarnos a la curación o a prevenir las complicaciones. Y cuando la vida se acaba, acompañando ese proceso natural, probablemente el más difícil de los que vivimos los seres humanos.

Al igual que los médicos, los podólogos o los odontólogos, dentro de nuestras competencias, las enfermeras manejamos medicación y otros productos sanitarios, según las necesidades del paciente.

El manejo de medicación es un acto no carente de riesgos. Los medicamentos pueden tener efectos adversos o interactuar entre ellos, con graves consecuencias para la salud. Los estudios señalan que un tercio de los ingresos en Urgencias se deben a efectos medicamentosos. De hecho, la enfermera de Atención Primaria hace un seguimiento de las personas con problemas crónicos de salud, en el que es posible detectar pautas inadecuadas o interacciones entre fármacos recetados por varios especialistas. Con ello no está sino haciendo su papel, para el que ha sido ampliamente formada, con los mismos créditos que los odontólogos o los podólogos y, en cualquier caso, los necesarios para desarrollar las competencias en farmacología que tienen relación con su actividad principal, que es el cuidado, y con el que garantiza su seguridad dentro de los márgenes que el conocimiento científico permite.

Pero esto podría cambiar. El 23 de octubre se aprobó un real decreto de redacción confusa que parece dejar a las enfermeras y a los ciudadanos en una situación imposible: autoriza a médicos, odontólogos y podólogos a prescribir medicamentos, de acuerdo con sus competencias, pero prohíbe a las enfermeras administrarlos si el que los prescribe no dice cuál es diagnóstico del paciente y en relación con qué protocolo le está indicando el fármaco.

Podría decirse que esto está bien, porque proporciona más seguridad al paciente. Sin embargo, la seguridad es solo aparente pues no afecta a los fármacos que el médico le prescribe a usted directamente sino solo a los que deba administrarle la enfermera. Queda por tanto desvirtuada la norma y, cuando entre en vigor esta Ley, antes de acudir a la consulta de la enfermera, usted va a tener que solicitar cita con su médico, para que éste le diga qué vacuna o qué medicamento le está indicando, por qué motivo y conforme a qué protocolo. Es decir: lo que las enfermeras hemos estado haciendo siempre, pero retrasando el procedimiento con un paso más, lo cual, además de a su paciencia y a su tiempo, podría afectar también a su salud.

Este tremendo obstáculo se suma al que ya estábamos arrastrando desde hace nueve años: Las enfermeras manejamos en exclusiva determinados fármacos y material sanitario que precisamos para el cuidado de nuestros pacientes. Son productos que los médicos no acostumbran a conocer, simplemente porque no los utilizan. Pues bien, el uso e indicación de estos productos tampoco nos está autorizado, por lo que, como en el caso anterior, también deberá solicitar consulta con su médico para que le haga la receta. Tenga la seguridad de que colaboraremos con él, indicándole lo que le tiene que recetar, a fin de que usted sufra los menores percances; pero no podremos -por ley- eludir ese nuevo y engorroso paso adicional.

Créame que no es voluntad de las enfermeras, ni tampoco de la mayoría de los médicos, causarle estas molestias, sino de los que nos representan al más alto nivel y que, desde sus despachos, parecen vivir ajenos a nuestras realidades.

* Presidenta del Col·legi d´Infermeria de les Illes Balears.