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Juan José Millas

Cháchara hueca

En El discurso vacío, una novela célebre del uruguayo Mario Levrero, el personaje principal practica la caligrafía a modo de ejercicio terapéutico. No pretende escribir frases inteligibles, solo letras, y hacerlo con una perfección tal que la actividad le sirva de ansiolítico. Pero fracasa porque el sentido, a su pesar, se cuela continuamente en lo que escribe impidiéndole desarrollar el "discurso vacío" con el que intenta defenderse de una realidad agresiva. Si lo pensamos, es justo lo contrario de lo que les ocurre a los políticos en campaña (y con frecuencia también fuera de ella). Intentan decir cosas, pero les sale una cháchara hueca. Y cuanto más empeño ponen en que lo que proclaman goce de algún significado, menos significa. Por eso aburren tanto, porque transmiten la impresión de hacer caligrafía en lugar de escritura. Todas y cada una de sus palabras llegan muertas a los oídos del interlocutor.

En las entrevistas de radio o de la tele se percibe la desesperación de sus entrevistadores al comprobar que pasan los minutos sin que digan nada, aunque no paren de hablar. Los periodistas preguntan, repreguntan y provocan al político de turno para que diga una frase con sentido, aunque sea tan simple como "mi mamá me ama". Pero el político pone su lengua a funcionar (ignoramos si también su cabeza) y empieza a soltar palabras vacías que ya le hemos escuchado mil veces en otra emisora o en otra cadena. Hay un automatismo inquietante en su intervención, actúa como robotizado. Nos recuerda a ese teleoperador que, le digas lo que le digas, siempre responde con la misma cantinela. No sabe uno si habla con una persona o con una máquina.

Quizá su voluntad sea otra. Es posible que haya políticos cuya aspiración sea la de decir algo cuando le ponen delante de la cara un micrófono. Pero no pueden, lo cual es un misterio, porque un político con discurso gana mucho. Un político con discurso puede incluso ganar las elecciones. ¿Por qué? Porque es justamente lo que nos falta: discurso acerca de la realidad, una realidad con la que no estamos de acuerdo y que además no entendemos. Ni siquiera sería necesario que nos jurasen que la van a cambiar (ya no nos lo creemos); bastaría con que nos la explicaran.

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