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Norberto Alcover

Inquietudes

El periodista, cada vez más, recibe tantísimas informaciones que, a la hora de opinar, duda sobre la materia que merece atención prioritaria. El claroscuro penetra cualquier cuestión mínimamente compleja, como en tantas ocasiones nos manifiesta Jorge Dezcallar en sus análisis internacionales. Pero es que Ramón Aguiló cumple idéntica función en materias isleñas, con textos luminosos pero también demoledores. Cito a estos dos compañeros de opinión porque me permiten acceder a horizontes reflexivos que, a solas, no alcanzaría a descubrir y por lo mismo a meditar. Y aumentan mi sensación de vivir en una sociedad dominada por los dramas cotidianos, por la angustia persistente y en fin por una sensación de que el mal despliega sus zarpas sin poder evitarlo. En cristiano, en ocasiones tiemblo ante la posibilidad de que el pecado sea más fuerte que la gracia. Una auténtica aberración, pero repito que en ocasiones me domina. El poder del mal puro y duro. Sentirme un espectador incapaz de actuar con eficacia. Escribir y nada más.

¿No les sume en una insuperable tristeza el hecho de que más de cuarenta mujeres hayan sido asesinadas por parejas, maridos o quienes sean, en lo que va de año? ¿No les parece que, tras tantísimos días de conciencia social del hecho luctuoso, seguimos sin ser capaces de acabar con esta lacra tan humillante? ¿No será tal vez que nunca acabamos por ir hasta la raíz del problema, que implicaría poner sobre el tapete motivaciones que nos repugna reconocer y meditar como colectivo? Por ejemplo, ¿en qué consiste de verdad una relación humana entre dos personas que se han querido y de pronto resulta que dejan de quererse, hasta el punto de que el varón elimine a la mujer? ¿Es solamente una cuestión que se resuelva con la verborrea ya inútil de la "violencia machista", sin atrevernos a llamarla de otra manera mucho más inteligente? Hay que penetrar con mucha mayor profundidad en los recovecos de la estructura relacional para sacar consecuencias objetivas, sin quedarnos en la simple brutalidad masculina. Lo más problemático es que el varón asesino se suicida, en general, tras cometer la barbarie, y entonces ni él ni la víctima pueden contarnos los detalles auténticos del desenlace final. Nos llevamos las manos a la cabeza, y nada más. Me siento triste. Matar a una mujer es matar a todas las mujeres sin excepción.

Un paso más: ¿cómo es posible que la crisis se esté resolviendo una vez más a favor de los poderosos, política y económicamente, mientras los más "básicos" vuelven a quedarse todavía más atrás, sin cerrarse ese círculo caníbal entre capital y trabajo?. Todos lo sabemos de memoria pero no queremos tomar medidas que están ahí, al alcance de la mano: trabajar en la redistribución de la riqueza, legislar más equitativamente los salarios mínimos y posteriores, analizar a fondo las soluciones bancarias, es decir, llevar a cabo una acción social prioritaria en los presupuestos estatales y autonómicos de forma que los apoyos a los más débiles sean eficaces y seguros. Porque someter a la precariedad permanente a parados, trabajadores temporales, familias endeudadas y en fin a un sector relevante de jóvenes, solamente producirá un esquema laboral patético, llegándose a formar un grupo social completamente al margen de todo futuro. Nada digamos de la inquietud que esta situación me produce como cristiano que vive la fraternidad humana y sus consecuencias prácticas en la sociedad. ¿Queremos o no queremos modificar tal situación? Esta es la pregunta del millón. Y la solución no hay que exigírsela solamente a Rajoy, porque exactamente igual afecta a todo líder político de cara a las próximas elecciones.

Y en fin, ¿permanecemos impávidos ante la decadencia humanística de la educación española, obsesionados por una preparación tecnológica que acabará en "ciudadanos robotizados"?. Porque nadie escapa a esta progresiva deshumanización de los estudios medios y universitarios, solamente preocupados en proporcionar másteres pragmáticos al servicio servil de las multinacionales. Es una lucha por servir más y mejor al mercado profesional, contando con que los candidatos a cualquier empleo lucharán entre sí con las armas que sean necesarias para conseguir la aceptación de quienes escogen o rechazan en la selva laboral. ¿Basta con eliminar literatura, filosofía, sociología, hecho religioso, y educar a nuestros futuros líderes en una ausencia total de comunicación humana constructiva de la personalidad completa? Si lo hacemos es porque hemos optado sin ambages por la tecnologización de la sociedad, humillándonos ante la praxis más vulgar pero más renditicia materialmente. No me lo explico€ o sí. Pero me inquieta.

Me inquietan muchas más cuestiones, pero estas tres de forma específica en este momento. Y no distingo soluciones inmediatas, porque en este tipo de sociedad probablemente no las haya. Comprenderán, entonces, que un periodista de opinión se venga abajo muchos días ante la urgencia de escribir de realidades ante las que se siente impotente. ¿Vale la repetida denuncia? En absoluto. Y llegados aquí, uno se pregunta si personas como uno mismo tienen la desagradable función de señalar con el dedo las incongruencias sociales, aunque no tengamos la posibilidad de modificarlas. Inquietudes. Muchísimas inquietudes. Que, en definitiva, constituyen un reto fascinante. Vale la pena escribir a favor de la justicia, de la libertad y en fin de todo lo humano. Aunque parezca que se grita en el desierto.

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