Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Antonio Papell

Artur Mas y la política española

Uno de los artículos más llamativos de este pasado fin de semana fue "El 27-O que va a llevar a Rajoy a La Moncloa (otra vez)" de Federico Quevedo. En él, el periodista llega a la conclusión, debidamente argumentada, de que la crisis desencadenada por Artur Mas beneficia objetivamente al Partido Popular ya que, muy probablemente, la opinión pública pensará, como Ignacio de Loyola, que en tiempos de tribulación conviene no hacer mudanza. Además -añade el articulista de 'El Confidencial'-, Rajoy ha respondido al último reto con inusitado tino: lo ha hecho con rapidez y contundentemente, sin descartar incluso la aplicación del art. 155 CE, y, al tratarse de un asunto de Estado, ha buscado y obtenido la complicidad de los otros dos grandes partidos constitucionales.

El Partido Popular está, en efecto, eufórico ante la deriva del catalanismo en pos de la CUP, la fuerza antisistema, que juega habilidosamente con CDC hasta hacerla cimbrear como un junco ideológico, capaz incluso de flirtear con las ideas anarcocomunistas de la hasta hace poco formación antagonista. Es evidente que un desenlace que dependa de la conjunción entre CDC y la CUP terminará en estallido, en drama, en ruidoso fracaso, y sin embargo cuanto más dure este forcejeo, más valiosa será la estabilidad política para más ciudadanos en todo el Estado. Y, a medida que cunda esta convicción, Rajoy se irá reforzando. La secuencia física entre acción y reacción tiene en este caso todo el valor político.

Pero este proceso, que refuerza al PP y ubica en un lugar secundario la historia de corrupciones de este partido, también causará un daño muy serio al nacionalismo catalán. La constatación del fracaso de Artur Mas, quien ha abandonado desde hace muchos meses la tarea de gobernar Cataluña -con consecuencias tan graves como la insuficiencia de recursos para devolver el dinero anticipado por las farmacias, mientras las demás comunidades autónomas salen ya claramente de la crisis-, confinará la radicalidad independentista a una posición minoritaria y secundaria. Del mismo modo que el 'plan Ibarretxe' supuso la emergencia de una cúpula moderada en el PNV, la defenestración de Artur Mas, incapaz de sobrenadar el magma que él mismo ha extendido, fomentará el protagonismo de los que ya empiezan a plantarle cara: los seis consejeros, con Mas Colell al frente, que en el último Consell Executiu cuestionaron la declaración de independencia, según el magistral relato de M. Dolores García.

Todo indica que, si Mas no se aparta del poder -y no puede apartarse voluntariamente porque ello supondría un suicidio político y casi personal, estando donde están las investigaciones sobre el 'caso 3%-, las previsibles elecciones anticipadas de marzo en Cataluña darán un vuelco al actual equilibrio político, ya que los electores tendrán sin duda en cuenta el desgobierno, las evidencias mafiosas de la familia del fundador de CDC, y las incongruencias ideológicas de quienes están intentando una imposible fusión entre las clases medias burguesas y la CUP, cuyo afán independentista se debe al deseo de separarse del estado español, un modelo de organización liberal y democrático cuyos principios detesta. Y mientras tanto, en Madrid, el establishment irá digiriendo el sobresalto catalán en un marco sustancialmente conservador, en el que el único cambio significativo será el surgimiento de Ciudadanos, una organización que ha atinado con el hallazgo del centro político y que, para muchos, será garantía de que el PP está sujeto a control y no incurrirá en otras derivas ni en más escándalos de corrupción.

Compartir el artículo

stats