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Matías Vallés

La herencia de Rajoy es Rivera

El presidente del Gobierno repite la maniobra de Zapatero, consistente en dimitir antes de ser expulsado en las urnas, y ha encontrado su Rubalcaba en el líder de Ciudadanos

El certificado de defunción de Mariano Rajoy fue expedido el pasado lunes por RTVE, la cadena antaño puntera. Una entrevista fosilizada con el presidente del Gobierno congregó a una tercera parte de la audiencia cosechada por la minoritaria La Sexta, al sentar a los emergentes Pablo Iglesias y Albert Rivera en un bar. Ambos eran prácticamente desconocidos cuando el PP obtuvo la mayoría más absoluta de su historia. El recuento declinante de espectadores ofrece un retrato tan fidedigno como cualquier análisis. Rajoy ha ahuyentado a un millón de seguidores durante la legislatura, en milimétrica proyección de la deserción de dos millones de sufragios. Los españoles abandonaron en masa la primera cadena en cuanto apareció el jefe del ejecutivo, y solo retornaron cuando comenzó el biopic de Carlos I. Cuestión de carisma.

La insistencia en detallar el legado de Rajoy confirma el entierro de sus expectativas. Su herencia es Rivera, aunque los más cínicos insistan en que el albacea testamentario será Bárcenas. De nuevo, el líder de Ciudadanos ha superado por partida doble en audiencia al presidente del Gobierno, en lo que va de año. Al espectáculo de Jordi Évole se suma la entrevista con Pedro Piqueras en abril. La cuota de pantalla superó a cualquier marca obtenida por el titular del Ejecutivo durante los últimos tres años. La crema de los analistas se lamenta de que Rajoy no imitara el seppuku ritual de Zapatero, después de delegar en Rubalcaba. Salvo que el presidente ha imitado el comportamiento de su predecesor. Ha dimitido antes de ser expulsado en las urnas, y ha encontrado su sucesor en un apuesto político catalán.

La banda sonora del triunfal inventario de Rajoy fue un estruendoso "Visca la república catalana". No emanaba de un exaltado, sino de la presidenta legítima del Parlament de Cataluña, elegida por dos tercios de la cámara y sin votos en contra. La componente fantasiosa de la proclamación republicana no obsta para que desate una cierta ansiedad, salvo en un presidente del Gobierno que despacha como un inconveniente minúsculo el mayor desafío de la historia democrática. Puede que sin Rajoy también hubiera sucedido, pero solo ha sucedido con Rajoy. Si no ha sido causante, ha sido providente de una herida mortal procurada sin violencia.

Ha costado convencer a Rajoy de que Rivera es una opción más aseada para una derecha que no tenga que desayunar cada mañana en los juzgados de Instrucción. El presidente del Gobierno convirtió ayer viernes al líder de Ciudadanos en su interlocutor preferente para afrontar la situación catalana, al recibirlo en La Moncloa. La formación anaranjada no cuenta con un solo diputado en Madrid, pero ocupa más asientos en el Parlament que la suma de PPC y PSC. De hecho, Ciudadanos será en diciembre el único partido con una presencia abultada en Cataluña y en el conjunto de España. La exaltación de Rivera corre el riesgo de desgarrar irreversiblemente a los populares. En sentido opuesto, cunde el temor a que el partido emergente pueda contaminarse de hábitos tan arraigados en Génova que afectan al pago con dinero negro de la reforma millonaria de su sede.

Rivera no solo puede erigirse en el éxito póstumo de Rajoy, sino en el único hito brillante de una cadena de fracasos no solo electorales. Bajo su batuta, el PP ha perdido dos elecciones andaluzas, dos catalanas, dos asturianas, las autonómicas de mayo, las municipales y las europeas. La desilusión asociada a la corrupción con recortes ha desmantelado el sistema partidista vigente. La infructuosa promoción de Arias Cañete y Guindos describe el nulo peso europeo de España, con mayor fidelidad que un dato contable. Se esfumaron los logros en apariencia garantizados de Eurovegas y de los Juegos Olímpicos. La desastrosa gestión del siniestro del helicóptero con tres militares a bordo, cuyo falso rescate se anunció a bombo y platillo para no ensombrecer una cumbre de Rajoy con Berlusconi, resume el cuatrienio.

No a todo el mundo le servirá de consuelo que Rajoy haya sido más dañino para su sagrado PP que para el conjunto del país. El vínculo indisoluble con Bárcenas es el gorila de 400 kilos que se pasea invisible por la sala de prensa de La Moncloa, cada vez que los periodistas no se atreven a preguntar al autor de "Luis, sé fuerte, hacemos lo que podemos" por el asunto que anula la legislatura entera. A resultas de la desbandada, el PP carece de presidencia efectiva en una docena de comunidades, un lujo insostenible para un partido visceralmente jerárquico. Hasta los artículos de encomio que suscita el presidente del Gobierno contienen menos brío que fatiga. Ni la derecha imagina otros cuatro años de Rajoy, lo cual no significa que no los consiga. Con permiso de Rivera, su herencia.

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