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Concubinato Express

Una chica de Huelva "normal, humilde y católica", según los comentarios de la prensa y allegados, como si fuese la encarnación de Bradomín y su ya célebre "feo, católico y sentimental", decide dar el paso y lanzarse en brazos del combatiente islamista. Aunque uno nunca sabe si este tipo de pasos se deciden o bien se padecen y uno, en este caso una, camina como una sonámbula hacia el abismo. En cualquier caso, seducida por un futuro de sumisión y esclavismo sexual, la chica ha preferido el masoquismo a la indiferencia. No es que antes escuchase la banda trash-metal, Metallica, y ahora se haya apuntado a las melopeas del almuédano, o que haya pasado de la estética gótica y de llevar un crucifijo en el cuello a ponerse el velo. No es sólo eso. Por un lado, se decanta por la sumisión, pero también es un acto de rebelión contra su familia y el medio en el que vive. La reacción suele conducirnos por sendas tortuosas. Uno es capaz de abrazar cualquier causa, sobre todo si ésta es radical. Cuando uno está perdido, necesita verdades como puños y no quiere perder más tiempo en complejidades. El fanatismo está repleto de militantes débiles, de seres desesperados que al fin han logrado que su vida tenga algún sentido, aunque ese sentido sea equivalente a una muerte en vida. Existencias que, por lo visto, están bendecidas por una misión místico-guerrera. Podemos elucubrar hasta caernos rendidos sobre las causas de esta conversión al Islam por parte de una chica normal, humilde y católica, tres adjetivos que no indican nada, que no explican ni aclaran nada. Todos podemos ser normales, hasta que dejamos de serlo. Y, cuidado, que el amor juega un papel determinante en esa clase de conversiones repentinas. Hay amores que matan.

Recuerdo, sin ir más lejos, un tema de Albert Pla en que el protagonista de la canción era un hombre que se había enamorado perdidamente de una chica que pertenecía a una banda terrorista. Este detalle fundamental lo sabrá después, cuando el amor ya ha invadido su corazón. El hombre, por motivos más que obvios, baraja la posibilidad de romper con ella, pero a su vez el amor que siente por la terrorista es insuperable, y sólo de pensar en dejar de verla le causa una angustia también insuperable. Tanto, que incluso llega a justificar los atentados en los que la muchacha participa. El caso de esta chica normal, humilde y católica es similar, pues es un acto de amor lo que la empuja a la conversión, y ya sabemos que el amor tiene a menudo un componente de sumisión y de masoquismo. La chica, obnubilada por los encantos del profeta, ha acabado cediendo a las melopeas islamistas. Su cuerpo y su estética admiten que su espalda esté tatuada con el nombre de la banda, Metallica, y que su cabeza esté cubierta con el velo negro. Se ve que a la chica en cuestión la situación de la mujer en occidente no le acaba de convencer y, abducida por las promesas de una vida de esclavitud y goce, renuncia a la vida tibia de Almonte para ser una concubina más, reposo y deleite del guerrero. Ellos a la guerra santa y nosotras a la servidumbre amorosa. En fin, se suprime como persona para ser mercancía y objeto de humillación y escarnio.

Se ve que esta chica normal, humilde y católica no ha leído los relatos de algunas esclavas que pudieron escapar. Suzan, una chica de diecisiete años, lo cuenta: "Nos colocaban desnudas en línea, se acercaban a nosotras para olernos. Entonces, elegían a las que más les gustaban para ese día. Después era el turno de los guardas. Me pegaban, incluso me violaban dos a la vez. Al final, me alegré de ser comprada por un combatiente checheno. Aunque, al fin y al cabo, fue elegir entre morir y morir." Sin embargo, es difícil creer que esta chica de Almonte no se haya informado sobre el tema. Si es así, y acepta formar parte de este ejército de mujeres esclavas, entonces es que nos estamos metiendo en el territorio de la perversión, de la autolesión y del suplicio voluntario. Masoquismo del duro, ése que también proporciona placer. Algunas de las mujeres que han conseguido huir del tétrico harén han confesado que los reclutadores las cautivaron por la suavidad de sus modales. Cuidado, pues, con la dulzura y las melopeas, que hipnotizan y enturbian el entendimiento.

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