Diario de Mallorca

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En menudo lío se ha metido la multinacional de los juguetes Lego al negarse a venderle al artista disidente chino Ai Weiwei las piezas de plástico que quería para levantar una de sus instalaciones. Ai (en chino el nombre de pila va en segundo lugar, tras el apellido, y yo no tengo tanta confianza con él como para llamarle Weiwei), Ai, digo, ya ha utilizado al menos en otra ocasión los legos para montar retratos gigantescos de disidentes que son perseguidos por regímenes dictatoriales. Y ante el riesgo de que vuelva a hacerlo en Australia poniendo en evidencia al propio gobierno del artista, el chino, la empresa le ha dicho que no.

El error de Lego es de manual de relaciones públicas. Si hay que elegir entre una empresa multinacional y un artista disidente las simpatías están cantadas. Pero lo peor de todo es que los fabricantes de esas piezas que sirven para construir más o menos cualquier cosa se amparen en la corrección política sosteniendo, por boca de su portavoz, que la compañía tiene la norma de no implicarse "de manera activa o de apoyar el uso de bloques de Lego en proyectos o contextos de naturaleza política". Si es ése el principio, ya lo ha transgredido porque la negativa a venderle las piezas a Ai Weiwei supone intervenir de manera activa en un contexto de naturaleza política. Cuando a una empresa le hacen un pedido, lo sirve. Es ésa la esencia del mercado libre y manifestarse contra ella no hace sino liar las cosas.

Como es natural, Ai Weiwei no sólo reunirá las piezas de lego que le hagan falta va a haber una verdadera competición por regalárselas sino que ha logrado ya de antemano el éxito absoluto de prensa y público para su futura instalación. Sin dejar de lado que es bastante probable que los mensajes de apoyo al artista lleven la coletilla de una retahíla de insultos a la multinacional. Incluso si los directivos de Lego temían que los dirigentes chinos vetasen la venta de sus productos en ese país es mala idea la de salir a la palestra escenificando una asepsia política absurda. Lego se arriesga a que sean otros chinos, sus posibles clientes, quienes boicoteen la compra de las piezas.

Lo peor es que esa tormenta en un vaso de agua no sirve para nada salvo para promover la figura de Ai Weiwei. A los dictadores se les da una higa que las instalaciones artísticas denuncien sus atropellos y más aún si es por medio de retratos puntillistas. Ni un solo chino disidente saldrá de la cárcel porque se monte la instalación de Australia, igual que ninguno de ellos salió con motivo del montaje de Ai en la ex-prisión de Alcatraz. Al final el asunto se reduce a la gloria momentánea en las redes sociales de un episodio absurdo y a poco más. Los niños seguirán utilizando legos o dejarán de hacerlo por razones que tienen que ver con la moda, no con la política. Y tanto los que se emocionan con las instalaciones de Ai Weiwei como quienes permanecen indiferentes hacia ese tipo de arte plástico pasarán página.

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