Diario de Mallorca

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La noticia de la detención de una joven onubense de 22 años en el aeropuerto de Barajas cuando se disponía a viajar a Estambul como etapa obligada para cruzar la frontera de Siria y unirse al Estado Islámico debería hacer saltar todas las alarmas. El éxito de la unidad de la Guardia Civil que combate el terrorismo islámico es tan notorio como sorprendente, habida cuenta de que la viajera pertenecía a una familia que puede calificarse de normal de Huelva, era cristiana en origen por supuesto y sus aficiones conocidas consistían en la música de rock duro „Metallica era su grupo preferido. ¿Cómo es posible que alguien así se convierta a la fe islámica y apueste por su versión más extrema en unos pocos meses?

La respuesta que da la policía es la de un uso muy eficaz de las redes sociales por parte de quienes, además de pertenecer al Estado Islámico, están a la última en el uso de las comunicaciones globales. Internet, oh paradoja, es a la vez el desarrollo más espectacular de la sociedad postmoderna de Occidente y el instrumento mejor al alcance de quienes querrían hacer volver a la humanidad a la Edad Media. Ni que decir tiene que en un mundo dominado por el islamismo radical desaparecería no sólo la red de redes sino cualquiera de los medios de comunicación que hoy tenemos por habituales. Nadie duda de que los avances de las mujeres por el logro de una igualdad completa, a la que le falta mucho trayecto aún por recorrer, se ven frenados en seco allí donde el Estado islámico triunfa. Pero son ya 18 las muchachas españolas captadas por el yihadismo y convencidas de trasladarse a Siria para luchar en favor de la guerra santa.

Quizás las conclusiones que quepa sacar de esas sorpresas tengan dos caras diferentes. La primera, que aún no entendemos lo suficiente al yihadismo; nos faltan las claves que explican el atractivo que supone para quienes en principio deberían abominar de un programa de vida como el que el Estado Islámico ofrece. La segunda conclusión es aún peor: tampoco entendemos a nuestros adolescentes ni, según parece, nos importa demasiado lo que piensan y por qué lo hacen. Es el cruce de esas dos carencias el que está llevando a fenómenos como el de la transformación de Mari Ángeles en Al-Andalusiya en menos de un año. Con la certeza de que si eso ha sucedido en casi veinte ocasiones a lo largo de menos de tres años va a seguir sucediendo en adelante.

Detectar las células yihadistas, identificar su actividad de captación de adeptos e intervenir a tiempo, antes de que haya otro candidato a mártir „mujer u hombre„ viajando a Siria es de una importancia extrema. Pero aún más necesario resulta atacar el mal de raíz yendo al fondo de la cuestión: la que implica que los adolescentes no encuentran su sitio en la sociedad que les ofrecemos. La verdad es que con el paro juvenil por las nubes y la clase política yéndose por los cerros de Úbeda cuando no se entretiene en esquilmar las arcas públicas eso no es nada raro.

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