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El tío Cuco

En el bar El tío Cuco de Nou Barris tuvo lugar el encuentro con café con leche entre Albert Rivera y Pablo Iglesias, junto con el moderador Jordi Évole que, cuco él, ya se encarga de avisarnos de que no hay que sobrevalorarle. Así como el candidato de Podemos confesó llegar cansado al envite, Rivera llegó con ganas, crecido y un pelín desbocado. Quizá, a Iglesias, le faltaba un carajillo, unas aceitunas o unos cacahuetes bien salados. Se le vio un tanto sometido a la actividad arrolladora de su interlocutor y, más aún, incluso algo seducido por su empuje. Está más que comprobado que el cansancio tiende a cooperar y a conceder la razón a quien se muestra más incisivo. Un hombre cansado se muestra mucho más abierto a dejarse convencer. Cuco se quedó en Salamanca, y fueron sus familiares que, en honor al tío, bautizaron al bar de Nou Barris con su nombre. Évole escogió un territorio favorable para ambos. Nou Barris es un distrito formado por emigrantes españoles que llegaron en los años 50 y 60. Un barrio asqueado de la retórica iluminada y empalagosa de Mas, Forcadell y compañía.

Ya sabemos que el encuentro en el bar es un "como si?", es decir, una manera de aparentar espontaneidad cuando en verdad todo está pactado y previamente calculado. Y eso no es en absoluto criticable. En arte ocurre igual. El espectador o lector perciben naturalidad y espontaneidad en la pintura o en el texto y, sin embargo, no entran en la sala de máquinas o en la cocina. La fórmula es amable y puede ser muy eficaz. La escenografía es más acogedora que el frío y envarado plató. Siempre que la cercanía no se confunda con el falso coleguismo y con la proliferación innecesaria del taco. Un hombre cansado, para reafirmar su postura, tiende al taco. A Pablo Iglesias, para contrarrestar al acelerado Albert Rivera, le faltaba, ya digo, un carajillo bien cargado, un anisete, un chinchón o, en fin, una caña bien tirada. A Rivera le bastó con no acabarse el discreto café con leche.

Da la sensación que la familiaridad que proporcionaba el bar de Cuco no favoreció al candidato de Podemos, al que siempre hemos creído más frecuentador de bares que Rivera. Relajándose, quedó a merced del rival, incluso se le vio blando y asequible a las propuestas del candidato de Ciudadanos, que surfea eufórico sobre la cresta de la ola. Tal vez, a Iglesias le faltase un pincho de tortilla. No sé, algo que le diera las proteínas necesarias para sacudirle la desmotivación y la pereza que arrastraba. Lo cierto es que a Rivera se le ve cada vez más ufano, mientras que Iglesias va echando algo de chepa y se le nota algo consumido y apático. Uno sospecha que Podemos, al pretender situarse en el centro de la política y, en definitiva, tratar de abarcar un arco cada vez más amplio de posibles votantes, por fuerza tiene que arribar a las costas de Ciudadanos. De ahí la falta de nervio y empuje que mostró Iglesias, la sorprendente facilidad en aceptar los argumentos de Rivera. Sin duda, el ambiente de bar le desactivó. Y eso que en los bares es donde se escuchan las batallas dialécticas más enfervorizadas, aunque también es cierto que el bar acaba siendo un lugar de encuentro y coincidencia para comentar la jugada. El bar, si uno es civilizado, tiende a la confraternización, y eso es lo que esperaba Iglesias, que llegó al café con leche agotado y con ganas de buscar puntos en común y rehuir la guerra dialéctica. Es así, un hombre cansado tiende a dar la razón, a evitar la confrontación y sólo quiere, o bien hablar de fútbol o bien clavar la mirada ausente y algo apática en el televisor, que siempre suele estar colocado a alturas nada confortables para el cuello. En fin, dejarse llevar por el murmullo indiscernible de las noticias y, cómo no, por los deslices y las ya legendarias metidas de pata de la gran Mariló Montero, que también ayudan a pasar la mañana y el mediodía. Lo que en verdad deseaba Iglesias era echarse una siesta o un trago y, de este modo, superar su hipotensión. Minutos más tarde, pareció que la sangre le volvía a circular por las venas, con el café con leche consumido y el de Rivera ya frío, pero el Tío Cuco ya iba cerrando y era ya la hora de colocar las sillas del revés sobre las mesas.

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