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Matías Vallés

El problema es de Irene Lozano

Las críticas del PSOE a la incorporación de Irene Lozano a sus listas resumen el comportamiento que ha precipitado a los socialistas al vacío, con una reducción a la mitad de su impacto en el mercado electoral. Si no germinan valores endógenos seductores y se rechaza las aportaciones exógenas, el desenlace no requiere una especial perspicacia. La recuperación de los gobiernos autonómicos surge de concesiones efectuadas por fuerzas limítrofes,y nunca del empuje propio. En un gesto numantino, la izquierda antes hegemónica prefiere la extinción a la impurificación. Los militantes deberían celebrar que personajes de acreditado prestigio lo arriesgaran al servicio de unas siglas ajadas. El problema de la incorporación al PSOE lo tiene Irene Lozano.

Los dinosaurios del bipartidismo prefieren hundirse a solas antes que someterse a injertos reparadores que les liberen de la condena a la insignificancia. En medio de la evidente descomposición del PP, Rajoy se jacta de que no efectuará incorporaciones problemáticas, como si fuera necesario refrendar su apuesta a perpetuidad por la lasitud. Ni siquiera los ejemplos de los desertores Figo o Laudrup lo arrancarán de su inmovilismo antropológico. Los líderes antediluvianos y los aparatos partidistas todavía manejan el concepto de votos cautivos, como si alguien pudiera enamorarse incondicionalmente de la mediocridad que destilan. Y como si no hubieran recibido los cinco avisos contabilizados por Aznar.

La diputada Irene Lozano pertenece a la estirpe de Ada Colau, Manuela Carmena o Mònica Oltra, mujeres que han sacudido las estructuras con resabios machistas de la política tradicional. Antes de estrenar su carrera parlamentaria, el nuevo fichaje socialista se lamentaba en una entrevista con el arriba firmante de que "Estamos condenados a que nos gobierne la derecha", porque "incluso cuando la izquierda gobierna, pierde sus ideas". Aunque ha preservado una esmerada ambivalencia, bien pudo acabar en plataformas con rumbo a Podemos, tal vez a Ciudadanos. Son comprensibles las críticas de UPD, y que la derrotada Rosa Díez la ningunee en "esta señora". En cambio, el PSOE debería recibir con albricias a una figura acreditada, en lugar de aislarse en la obtusa estanqueidad derrotista. El socialismo ganó en 1993 las últimas elecciones de González gracias a la inscripción de Baltasar Garzón, una jugada que probablemente avaló los salarios de quienes hoy protestan con furia.

Los cazadores de Google se han apresurado a rastrear declaraciones de Lozano hostiles al PSOE, disfrazando de periodismo de investigación el trabajo rutinario de un motor de búsqueda. Ninguna relación personal, y menos política, sobreviría al índice de coherencia reivindicado por los escrutadores de Google. Y si cumple con la exigencia de fidelidad perruna, no merece la pena. Cualquiera puede localizar las contradicciones pretéritas, lo interesante es determinar si configuran un retrato fiable del personaje, labor eminentemente periodística. Por otra parte, las discordancias son un ingrediente esencial de quien en un ensayo se proclamó profesora de inconformistas, con pronunciamientos como "ser una víctima no otorga un plus de ciudadanía".

Una vez más, la magnitud de la polémica remarca los valores de Lozano y la importancia concedida a su incorporación. También remata la degradación que ha sufrido UPD, no solo por méritos ajenos. El PSOE ha encadenado la mejor alineación posible para Madrid, con Pedro Sánchez, Meritxell Batet, la propia Lozano, la comandante Zaida Cantera y Eduardo Madina. Esta candidatura de aluvión desplazará a otros aspirantes, en principio menos atractivos para los electores pero que se resarcirán si los resultados no acompañan en las elecciones navideñas. Ahora bien, efectuar un fichaje estelar, deglutirlo y obligarle a callar desde el mismo instante de su adhesión, equivale a fichar a Messi para que adorne el banquillo.

La conclusión colateral tantas veces repetida establece que el periodismo madrileño peca de idéntico bipartidismo que su política. Es una suerte que el Parlamento cuente con figuras como Lozano, incluso para quienes no disimulamos la perplejidad ante el corrimiento profesional de quien debió mantenerse en opciones emergentes. La diputada se había resignado a que "ha triunfado el discurso de izquierda, mientras no le toque la cartera a los poderosos". Desde el PSOE tiene la exigencia de invertir esta ecuación.

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