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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

Matar perros y caballos

Los latigazos de un calesero turinés a su caballo indujeron la locura irrecuperable de Nietzsche. Un siglo más tarde, la demencia colectiva se adueña de Mallorca tras el apaleamiento mortal del trotón Sorky. La corrupción política desatada nos había ofrecido textos jurídicos pertenecientes al género del horror. Ninguno de ellos alcanza la intensidad de los dos autos de una misma jueza de Palma, que obligan a ingresar en prisión al autor de la muerte a palos de un trotón de su propiedad, y al dueño de un perro que lo dejó fallecer de inanición. En ambos casos, la magistrada describe "un método brutal como pocos existen, un sufrimiento mayor que el de muchos otros métodos de matar y con ello del que por sí solo causa cualquier muerte". Dado que los métodos son distintos, el argumento raigal es el sacrificio del animal antes que su formato concreto.

Si se suspende la ejecución de las sentencias, "bien sencillo es para el penado conseguir un nuevo perrito gratis y volver a abandonarlo a su suerte y matarlo de hambre en la intimidad de su hogar". La expresión "perrito" se utiliza por duplicado y estaba inédita hasta la fecha en autos judiciales. En el caso del cuadrúpedo explotado comercialmente en una competición deportiva, "la muerte atroz de este caballo de carreras en su propia cuadra del hipódromo, es una aberración en el siglo XXI, y la indignación ciudadana mallorquina está justificada y es legítima".

Tradicionalmente, políticos y jerarquías judiciales se han burlado de la "justificada indignación ciudadana mallorquina". El castigo de cárcel le llega con más fuerza a quienes han confesado un maltrato a animales mallorquines, que a los corruptos que han reconocido haber maltratado a seres humanos mallorquines, tras negociar una rebaja de la pena que conlleva el perdón tácito. A los herejes de todas las religiones nos estremece especialmente la fe animalista, pero los envíos a la cárcel causan perplejidad hasta que se leen dos autos que transmiten una convicción irreductible. Mi solución convivencial es artística, la escultura de acero de Picasso que vi en Chicago y que funde en una sola cabeza a su esposa Jacqueline y a su galgo afgano.

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