Los titulares de los diarios locales, nacionales e internacionales e incluso las redes sociales, se están haciendo eco de la ecloción de escenas en las que los candidatos políticos aparecen bailando músicas populares.

Las burlas, chistes y críticas que está generando en la opinión pública es una prueba del riesgoso borde de este recurso que supone el peligro de la pérdida de dignidad y el ridículo para el candidato y banaliza y debilita el contenido del mensaje.

Sin embargo como hoy día la actividad política se apoya en la opinión de expertos en psicología de masas y marketing esos gestos son una apuesta a que son mayores los beneficios que los riesgos.

En el campo de las ciencias exactas, la matemáticas, la física, la química y la biología el progreso es constante tanto como su aprovechamiento para la tecnología.

Es innegable que el universo físico en que vivimos se transforma constantemente.

Por el contrario según la opinión mayoritaria de autores de llamadas ciencias humanas, la sociología, la antropología, y la psicología los avances en la comprensión del comportamiento psicosocial, no suponen un progreso en el funcionamiento psíquico de la población, al menos en el sentido de la racionalidad.

Los discursos de los candidatos políticos son esclavos del mercado de opinión. Por lo tanto los contenidos y medios de los mensajes que buscan desesperadamente la máxima eficacia posible para la captación del voto son reveladores de la estructura mental de los destinatarios.

La negación del progreso social se apoya en el hecho de que las decisiones de voto, tanto como muchas otras dependen de resortes emocionales e incluso inconscientes que permanecen inalterables.

Ante el sentimiento de los ciudadanos de ser espectadores impotentes de cómo personas lejanas deciden sobre su vida, el baile de los políticos busca la empatía, la familiaridad, la proximidad y la identificación.

Justamente es por los escasos o inexistentes cambios en el comportamientos de las masas que tiene pleno vigor un apasionante ensayo "Lo Siniestro" de Sigmund Freud del año 1919 que rastreó los resortes más profundos de estas reacciones. Resulta que en alemán, que era su idioma, siniestro Unheimlich remite a Heimlich que significa familiar. O sea que para decir siniestro en alemán se dice "no-familiar".

Su investigación explora muchos aspectos de esta curiosa proximidad entre lo familiar y propio y lo extraño y horroroso.

Sería ingenuo pensar que un candidato político que está sometido a fuertes presiones y exigencias por los sectores cuyos intereses representa y defiende tenga una reacción espontánea y se ponga a hacer el indio delante de los medios. Por el contrario, aunque puede que ninguno de ellos leyera a Freud como tampoco los técnicos y asesores de imagen y comunicación, lo que pretenden manipular es esa oscilación de lo siniestro a lo familiar.

David Lynch, uno de los cineastas contemporáneos de culto persigue este tema en su extensa producción. Sus trillers Mulholland Drive, Terciopelo Azul o la exitosa serie para la televisión Twin Peaks son magníficos ejemplos. En sus películas el espectador es sacudido por la irrupción de lo siniestro en contextos pacíficos que dejan un estado de desconcierto.

Cuando los niños, para dormir se abrazan a sus gastados peluches tratan de exorcizar con un objeto que les es muy familiar la inquietante oscuridad de la noche.

Por eso el recurso circense de un gracioso, o patoso, baile puede que sea más eficaz en una campaña electoral que un discurso consistente explicando un programa.

Pero hay un riesgo, si políticos de todos los colores bailan por igual, ¿como saber cual es más familiar?

* Psicólogo clínico