Hace no tantos meses, el aquí firmante, ahora diputado, antes mozo de rampa en el aeropuerto, azafato de tren en Barcelona, limpia coches y finalmente, camarero en un hotel de cinco estrellas en Mallorca, recibía una frase lapidaria, en este último lugar de trabajo: "Si no vendéis más, no sabemos si podremos contrataros el año que viene." La frase lapidaria no era sólo una bomba que minaba la moral de algunos de nosotros, era también un insulto a la inteligencia. No hacía falta ser muy espabilado para darse cuenta de que el hotel donde trabajábamos pertenecía a un conglomerado empresarial; uno de esos holdings extranjeros que explotan el capitalismo balear llevándose los beneficios vete tú a saber dónde. Si este entramado generaba millones de euros de beneficio según las estadísticas ¿cómo era posible que a mí no me pudieran contratar el año que viene?. En un lugar donde se hacía una caja de, normalmente, más de 3.500 euros al día y donde otras secciones del hotel hacían mucho más, a lo mejor el próximo año teníamos que ser uno menos, con lo que eso conllevaba para nuestra espalda que sufría en silencio largas caminatas por los grandes jardines de un hotel de lujo. En esos jardines atendíamos a jeques árabes y a jugadores de fútbol que podían llegar a gastar más de 300 euros en una botella de champagne. Yo no tenía mucho que temer. Tenía 26 años, chapurreaba cinco idiomas y tenía la posibilidad de acceder a otros trabajos. Pero recuerdo el relato de los dolores de una mujer a la que no le dejaban cogerse la baja con más de sesenta años: llevaba demasiado tiempo fregando platos.

Nos contaban mentiras. Y es que, como en muchos otros ámbitos, no importaba nada la verdad. Lo que importaba era la capacidad de los jefes de generar un relato que justificara una situación injusta. El relato que querían vender era el nexo de unión de una causa cualquiera, con una consecuencia que a los que dominan el cotarro les interesa. Ejemplo: si soy el jefe y necesito vender la idea de que hemos producido menos que lo que predecían nuestras expectativas tengo dos opciones: la primera es asumir que, como somos uno menos que el año pasado, no hemos podido vender tantos Moët Chandon. La segunda es decir que los trabajadores no se han esforzado lo suficiente y trasladar así esa deuda que adquiere la clase trabajadora en forma de culpa a la parte más débil del contrato. Fácil escoger, si eres el que manda ¿verdad?

Para enmascarar esta realidad, los grandes hoteleros hacen que los jefazos intermedios trasladen un mensaje ante el cliente a los que en última instancia mantienen las habitaciones limpias y las sonrisas impolutas: hay que producir más por menos porque sino tu automatizado y preciado trabajo lo puede hacer perfectamente cualquier otra persona. Por mucho que le duela a Inma Benito y a los grandes hoteleros oír la verdad, hay personas en estas islas que están en una situación de semiesclavitud y las camareras de piso valientes y dignas, que hace unas semanas relataron sus experiencias, en una rueda de prensa organizada por Podem, así lo han demostrado. Tienen dolencias tales como ciática, lumbago o síndrome del túnel carpiano. A veces, cuando salen del trabajo tienen que ir al hospital a que les infiltren para que se les vaya el dolor. Hacen de 18 a 26 habitaciones en una jornada, lo que supone del orden de ochenta a cien camas. Si se quejan, el jefe les hace saber que "es lo que hay" y que si no pueden con eso puede buscar a otra. Eso no es esclavitud porque reciben un sueldo, sólo por eso.

La propiedad es un robo, o eso decía Proudhon. Y en el caso de los hoteleros no puede ser más cierto. La camorra hotelera sabe que nada funcionaría sin el miedo y sin la duda que asoma en la clase trabajadora sobre este cuento chino que intenta disfrazar una realidad balear cruda y fría: los 10.000 millones de beneficio previstos para este año no serían posibles sin la explotación laboral. ¿Por qué 10.000 millones son un robo? Porque no revierten en la gente. Porque la clase hotelera sólo quiere privatizar los beneficios y socializar las pérdidas. 10.000 millones son un robo si las condiciones laborales no mejoran y si 128.364 contratos de 138.496 son temporales. En la acumulación por desposesión balear el sistema genera grandes beneficios a causa de producir grandes sufrimientos. Y esto es decir muy poco para una minoría privilegiada que se considera a sí misma la garantía de que en Balears vivamos del turismo. Hay que decirles que no, que la gente viene a Mallorca, a Menorca, Eivissa y Formentera por sus playas, por sus montañas, por sus rutas en bici, por la Calobra, la Foradada, cala Mitjana y la serra de Tramuntana. Por eso su propiedad es un robo. Porque ellos disponen sus hoteles en un lugar paradisiaco y creen ser los únicos artífices del milagro económico balear sin dar nada a cambio. Este año el precio de las habitaciones ha subido un 12% pero, según los que gobiernan sin presentarse a las elecciones, no pueden cobrar dos euros de ecotasa para cuidar este paraíso porque supondría una catástrofe para el sector. Señores hoteleros, inventen un relato mejor o se estarán retratando. La gente ya no les cree. Ni siquiera el PP se atreve a apoyarles explícitamente. Porque saben que la percepción de la gente está cambiando. Los hoteleros les acusan de abandono. De hijos mimados han pasado a no ser reconocidos por sus padres biológicos.

¿Por qué en pleno récord turístico tenemos récord de precariedad? Porque cuando vemos que las grandes compañías hoteleras tienen beneficios de millones de euros se nos olvida la cara B del problema. Para que alguien gane millones, muchos han de perderlos. Cada habitación de más y cada puesto de trabajo de menos es un dinero extra en las cuentas de los de arriba. Cada perjuicio del eslabón más débil de la cadena es un beneficio para el gran hotelero y para la compañía que cotiza en bolsa. La camorra hotelera es el rey Midas balear. Convierten en oro todo lo que tocan. Hasta las cosas más terribles. Es así, de esta manera, como el estrés, el miedo, el dolor y la explotación de los trabajadores y trabajadoras se convierten, en una operación casi mágica, en un viaje en clase business, una escapada a las Seychelles, una cena por el sueldo de un mes o una estadía en un spa de lujo de un accionista.

(*) Secretario general de Podem Palma