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Columnata abierta

Ecotasa a la búlgara

Dice el Govern que la ecotasa está teniendo una buena acogida social. Sólo faltaría que no viéramos con buenos ojos un impuesto que van a pagar otros. El destino de los fondos recaudados compone un catálogo tan amplio que parece el folleto de ofertas de unos grandes almacenes. Si lo lees entero siempre encuentras algo de interés. Te haces una ilusión de gasto y te pones contento, aunque luego no compres nada. Con la ecotasa sucede lo mismo: de algo me tocará disfrutar a mi sin que me cueste un euro. Una nueva finca pública para pasear los fines de semana, una mejora del paseo marítimo donde tenemos el apartamento de verano, las playas más limpias, unas depuradoras que funcionen mejor y huelan menos, o la rehabilitación de algún elemento del patrimonio histórico en el pueblo de mis abuelos. Por si esto no fuera suficiente, el PI propone extender las oportunidades que brinda la mágica ecotasa a mejorar la sanidad y la educación. Ya digo que la lista de regalos es tan extensa que también da entrada a intereses menos generales. Cursos de formación, proyectos de investigación, estudios sobre diversificación de la economía, programas de divulgación ambiental, campañas de promoción? A esto ya le vamos poniendo nombres de academias, sindicatos, departamentos universitarios, organizaciones ecologistas, medios de comunicación y fundaciones diversas que se han manifestado con contundencia, sin matices, a favor de la ecotasa. Esto está muy bien, porque es otra manera de dinamizar nuestra economía pagando la ronda los guiris. Va quedando claro que la ecotasa es perfecta.

Excepto los hoteleros, que ya sabemos todos cómo son, nadie atisba debilidades ni amenazas para un sector productivo que mueve en nuestra comunidad el ochenta por ciento de la actividad económica. Lo primero que sorprende, por tanto, es lo estúpidos que son nuestros destinos competidores en el producto turístico de sol y playa comercializado de manera masiva a través de grandes touroperadores, y que no han reparado en las bondades sin riesgos del impuesto. A mi me parece que si implantar la ecotasa en Balears no requiriera un análisis algo más serio de su impacto a medio plazo, y por tanto con menos prisas, entonces no habría que recurrir a las tonterías para justificarla. Citar continuamente a París, Nueva York o Florencia como ejemplos de la nula influencia de una tasa por pernoctación en la demanda turística puede significar dos cosas: o le estás tomando el pelo a la gente, o no tienes ni idea de cómo funciona mayoritariamente el negocio turístico en nuestra comunidad. Cataluña es la única región de la cuenca mediterránea que cobra un impuesto turístico por pernoctación, y se pone como ejemplo de las maravillas de esa figura fiscal. Lo que nadie dice es que más del cincuenta por ciento de la recaudación en toda la comunidad autónoma se produce sólo en Barcelona, un destino urbano que funciona mayoritariamente fuera de los circuitos de la touroperación. Esto es algo impensable e imposible de trasladar a la realidad de Balears.

La gente hace años no se fiaba de comprar en internet porque pensaba que le podían engañar. Al principio no confiaban en entregar los datos de su tarjeta de crédito, ni tampoco en la veracidad de unos precios mucho más bajos que los del comercio minorista. Hasta que los consumidores entendieron cómo funciona Amazon: seguridad máxima en las transacciones de miles de millones de usuarios, que permiten rebajar el margen de beneficio por cliente hasta límites ridículos, y generar así grandes beneficios. En el comercio electrónico esta idea la introdujo con éxito Jeff Bezos, pero en el turismo empezó a desarrollarse hace más de un siglo de la mano de Thomas Cook y los viajes organizados. El negocio de la touroperación permite mover a millones de turistas a precios muy ajustados, porque las ganancias se consiguen a través de un enorme volumen. Quizá no nos guste escucharlo, pero esta continúa siendo en gran medida la realidad turística de Mallorca.

Ahora estamos con los hoteles boutique, los metabuscadores de vuelos y camas, la economía colaborativa y el alquiler turístico, que es fantástico porque dicen que socializa los beneficios del turismo. Por eso creo que nos molesta tanto reconocer que las tres cuartas partes de los turistas siguen llegando a nuestros hoteles a través de la contratación de paquetes turísticos con las grandes agencias emisoras. Negar que ese tipo de demanda y esa estructura de negocio es extremadamente sensible al precio es no querer entender de qué va esta historia. No nos gusta esa tropa, y preferimos un turista más culto y refinado, claro, pero que no da para sustituir el producto de sol y playa, ni para emplear a decenas de miles de trabajadores cada temporada.

Las unanimidades despiertan euforia, como la que estamos viviendo estos días. La gente se viene arriba, y la última moda es mofarse en público de cualquiera que plantee alguna duda. Pero en asuntos tan complejos como éste, los debates a la búlgara sólo me provocan recelo. Lo que en realidad ha triunfado en la opinión pública no es la ecotasa, sino esa idea brillante según la cual lo que es malo para los hoteleros necesariamente tiene que ser bueno para el interés general. Este disparate sitúa la decisión en los términos precipitados e irresponsables del "pan para hoy, y ya veremos lo que pasa mañana".

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