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Antonio Papell

Los debates electorales

Ha comenzado ya el debate sobre los debates preelectorales, como es usual al acercarse unas elecciones generales. Y en esta ocasión nos encontramos con un panorama inédito, ya que por primera vez desde 1982 el modelo bipartidista se ha amortiguado y nos encontramos con cinco actores al menos con posibilidades de conseguir representación de ámbito estatal, y sin que podamos partir de unas previsiones claras.

Además de con PP y PSOE, que mantienen una posición aparentemente firme entre el 20 y el 25% de los votos y rebasarían conjuntamente el 50%, aunque muy lejos de lo que representaron en las anteriores consultas, hay que contar al programar los debates con los partidos emergentes, Ciudadanos y Podemos, que son todavía una relativa incógnita puesto que nunca se han presentado a unas generales, si bien han participado en otras elecciones y todas las encuestas les otorgan un resultado significante el 20 de diciembre. Por último, sobrevive en el ámbito estatal Izquierda Unida, tras una pugna por la subsistencia con Podemos que ha terminado en tablas, y no podría descartarse del todo a UPyD, que, aunque en situación agónica, tiene grupo parlamentario en el Congreso saliente.

Aunque los debates son una institución clave de la democracia moderna no se concebirían unas elecciones sin esta clase de rituales en los Estados Unidos, por ejemplo, en España han sido la excepción y no la regla. De hecho, sólo se han celebrado cinco hasta ahora: dos en 1993 entre González y Aznar; dos en 2008 entre Zapatero y Rajoy; y uno en 2011 entre Rajoy y Rubalcaba. Todos ellos entre los representantes del PP y del PSOE. Ahora debería ser distinto, no por razones legales, que no las hay, sino por equidad política, ya que las circunstancias son singulares, diferentes.

La característica más preocupante de la coyuntura actual para los líderes políticos es la fuerte volatilidad de la situación, la facilidad con que cambian de criterio los electores según se desprende de las encuestas, que han ofrecido grandes altibajos y sorpresas a lo largo de la legislatura. Precisamente por ello, los dos partidos tradicionales, PP y PSOE, han de estar estratégicamente interesados en defender el bipartidismo y en prescindir por tanto de los emergentes, que pretenden todo lo contrario. Las formaciones tradicionales tendrán, sin duda, la tentación de monopolizar esta liturgia, pero probablemente esta vez sería contraproducente la marrullería ya que existe, de forma más o menos explícita, una predisposición muy intensa contra cualquier forma de manipulación y corruptela.

En definitiva, los partidos deberían obrar esta vez el prodigio de ponerse de acuerdo. No hay razón política alguna que justifique prescindir de los debates "a cinco", ya que si se da juego a los emergentes, parece de justicia hacer lo propio con Izquierda Unida. También habrá que meditar la procedencia de admitir a UPyD, el otro partido estatal, que puede exhibir el derecho que le concede su actual representatividad. Y tampoco se debería rechazar la conciliación de estos debates multilaterales con el clásico cara a cara PP-PSOE.

El pacto, por supuesto, habría de incluir el escenario, que debería ser plural: la televisión pública es el lugar idóneo para los debates multilaterales, y las privadas para los bilaterales. De hecho, la campaña debería prescindir de rituales anacrónicos los mítines tienen escaso sentido en la era de las nuevas tecnologías y centrarse en los medios de comunicación, que son los que otorgan la verdadera visibilidad. Ya es hora, en fin, de que la campaña electoral se acomode a la tecnología, al interés social, a lo que quiere la gente.

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