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Antonio Papell

La reforma inexorable

El anecdotario de Cataluña, que mantiene el foco de la atención en lo accesorio, está impidiendo ver el fondo de la realidad, que sigue siendo muy compleja pero que permite obtener ya algunas conclusiones. En efecto, estamos absortos los medios y los perplejos espectadores en la contemplación de la disparatada negociación entre los miembros de la lista unitaria y la CUP para tratar de mantener la hoja de ruta soberanista elaborada por CDC y ERC, burguesa y continuista (quieren mantenerse en la UE, el BCE, la OTAN, el FMI, etc.), a pesar de que la CUP es una fuerza antisistema muy radical, que está en las antípodas de lo que Artur Mas y Jordi Pujol son y significan. Asimismo, nuestra atención divaga por los quiebros diversos de la coyuntura, estos días concretamente por los interrogatorios del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña a los imputados por el 9N. Un Tribunal que, lejos de achantarse ante la antidemocrática presión de los nacionalistas, ha puesto pie en pared y se dispone a cumplir con su tarea, sin olvidar que, por virulentas que sean las reclamaciones independentistas, este es un Estado de Derecho.

Pues bien: estas vicisitudes nos distraen de lo más grave y elocuente: la evidencia de que la apuesta soberanista ha fracasado porque, además de no haber obtenido mayoría en votos en las pasadas elecciones plebiscitarias, tampoco ha conseguido una mayoría parlamentaria congruente, capaz de cobijarse bajo un gobierno común ni de dar la campanada de una declaración unilateral de independencia unitaria y unívoca. La independencia que quiere la CUP pasa por Tirana y no por Bruselas, y la independencia que quiere la lista unitaria no cuenta con los suficientes apoyos.

Ante este bloqueo, sólo hay dos opciones: o firman finalmente un acuerdo de circunstancias la CUP y los "burgueses", en cuyo caso la gente moderada que se había adherido a la secesión tendrá que reconsiderar su postura, o directamente las formaciones nacionalistas, que han ganado las elecciones, hacen como el PNV después del fracaso del Plan Ibarretxe: mandan a Mas a casa y reanudan su andadura con el posibilismo que requiere la situación.

Sería sin embargo un error que, en el caso catalán, el Estado diera el problema por concluido y pasara página. Porque en Cataluña existe una muy extendida sensación de agravio, que no necesariamente se corresponde con la voluntad de ruptura, que en parte está justificada y que hay que remediar. No puede hablarse de normalidad en una comunidad autónoma en que el 48% de los ciudadanos se pronuncia en las urnas a favor de partidos que proponen la independencia.

En otras palabras, se sigue necesitando una tercera vía. La reforma constitucional, que ha de incluir una reforma del modelo de organización lo que algunos han llamado el "salto federal" no es optativa. Como ha escrito Rafael Jorba, "hay que rescatar a una ciudadanía que está atenazada entre la pulsión liquidacionista y la quietista, en expresión de Felipe González". Y el modelo de Estado resultante, que como dice también Jorba ha de ser simétrico en lo tocante a derechos y deberes pero asimétrico en competencias (sobre todo en lo referente a los hechos diferenciales, como lengua, cultura, etc.) debe validarse mediante el correspondiente referéndum, en que la palabra de los catalanes adquirirá la debida solemnidad. Ahora que ha fracasado el soberanismo, el Estado tiene que restañar las heridas y abrir un camino que sea ya permanente de plena sintonía entre el centro y la periferia. Quienes dicen que la tarea no será sencilla seguramente aciertan pero todos debemos contar con la voluntad evidente de concordia que hoy impregna a toda la sociedad española.

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