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Filosofía subterránea

La reforma educativa o cómo acabar con la filosofía en las aulas. Hace ya tiempo que el tema de la marginación de la filosofía viene sonando de forma intermitente. Hemos escrito varias veces sobre este triste asunto. Y, aun a riesgo de ser cansinos, continuaremos dando un poco la tabarra, que para eso estamos. Los reformadores o deformadores educativos se han propuesto liquidar la filosofía. Pero no intuyen que el pensamiento crítico saldrá reforzado desde las catacumbas, desde los márgenes, en las afueras de la ciudad escolar y que su empecinamiento en arrojarlo a las zonas menos nobles de la programación no hará más que activar el interés de los alumnos más despiertos. Nada tan peligroso y temible como un filósofo subterráneo. Cuidado, ministro, que tengo amigos en los sótanos que no dejan de pensar. Ustedes no los pueden ver, pero están ahí. Y no es solamente la Filosofía la que ha sufrido de manera sustancial una rebaja. La Música y la Literatura también se han visto afectadas por la reducción. La única que ha salido ganando en esta, llamémosla así, deformación educativa, ha sido la asignatura de Religión, que ha sido convertida en obligatoria. El mensaje está claro. Un filósofo es un sujeto que suele poner en entredicho lo que muchos se tragan sin pasarlo por el filtro de la razón crítica. Por tanto, según el punto de vista de la Deformación Educativa, ahora con estentóreas mayúsculas, lo que debe privar es el creyente y no el crítico o el artista. Uno considera que la religión es materia que debe ser tratada y conocida, pero nunca en detrimento de asignaturas tan decisivas como la Literatura, la Música y la Filosofía, y ya estoy poniendo demasiadas mayúsculas. De todos modos, un trío que cualquier sociedad decente, sin duda alguna, no sólo respetaría y fomentaría. En fin, que gobierne la moral del sacerdote, la que trata a las personas como ovejas que pertenecen a un rebaño y que, con tono paternal y untuoso, decide lo que los feligreses deben o no deben hacer. No es nada trivial este privilegio que los deformadores educativos otorgan a la religión sobre la filosofía. No es para nada inocente esta prevalencia de la fe sobre la crítica. Ya se sabe que los puros quieren militantes, sujetos obedientes y sin fisuras que repiten cual autómatas las enseñanzas. Éste parece ser su plan. Ahora bien, desconocen el poder de seducción que ejercen las disciplinas marginadas, las que no son obligatorias y, en consecuencia, se hacen fuertes precisamente en las zonas de debilidad. En cualquier caso, tales medidas pueden volverse en su contra.

Sería una gran noticia que tanto la Filosofía, como la Música, como la Literatura triunfasen desde su minusvalía y se apuntasen a ellas muchísimos estudiantes. Que siendo optativas le ganasen la partida a los deformadores educativos, siempre propensos a ver fantasmas y a aniquilar lo que huela a pensamiento libre. En última instancia, tales medidas van en contra de la poesía, otra inutilidad, otro capricho de dioses, anomalía que es urgente solucionar. La filosofía, más que nunca, se hace necesaria en un mundo que tiende a fanatizarse y a medir cualquier tipo de dialéctica en términos de hincha cerril o de identidad febril. Por supuesto, es más cómodo y menos problemático entregarse a una fe que ponerse a pensar y a tratar de que no nos tomen el pelo. Sinceramente, es algo cansino escribir sobre un tema que cualquier país con dos dedos de frente tiene solventado. Eso sí, tampoco comparto en absoluto el desprecio que algunos expresan por el estudio de la religión. Más aún, para ser un buen ateo o un digno agnóstico se requiere el conocimiento de las distintas manifestaciones religiosas. Desconocer o, peor aún, jactarse de desconocer todo lo tocante a la religión es un signo de grave cazurrería. Hay un ateísmo burdo que rechaza el estudio de la religión como si la mera aproximación a ella supusiera la conversión inmediata. Nada más falso. De lo que aquí se trata es de un agravio comparativo. La asignatura de Religión es obligatoria, mientras que la asignatura de Filosofía va siendo arrinconada hasta convertirse en optativa, y demos gracias a Aristóteles de que no sea peor. En fin, mis amigos filósofos, subterráneos ellos, ya estarán conspirando desde los suburbios y desde las bodegas, tramando una teoría tremendamente crítica y ferozmente dionisíaca, un banquete de órdago en el que corra el vino a discreción. Qué remedio.

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