Diario de Mallorca

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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Los trapitos nacionales

Cómo habrán sido las crónicas sociales del día de la Fiesta Nacional que hasta la directora del Instituto de la Mujer y para la Igualdad de Oportunidades del Gobierno de Mariano Rajoy, Rosa Urbón, ha hecho un tímido comentario sobre la inconveniencia de hablar únicamente de la apariencia de las féminas, y no de su discurso y su representación. No es que se pueda esperar mucho pensamiento vanguardista destilado de la narración de un acto que consiste en un desfile castrense y un besamanos kilométrico en el Palacio Real, pero no deja de llamar la atención la ranciedad que acompaña a cualquier exaltación de la patria española, así pasen los años y los reinados. Muy mona iba la mujer del socialista Pedro Sánchez, y poco adecuada la ministra de Fomento, Ana Pastor. Una lección de estilismo daba la presentadora de televisión Mariló Montero, mientras que la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, parecía "una funcionaria de Correos de los años 40". La presidenta de Andalucía, Susana Díaz, regular y la de Madrid, Cristina Cifuentes, fatal e impropia, pero menos que la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santa María. Impecable la reina Letizia y bla, bla, bla. En mi modesta opinión, las dos que acertaron plenamente con su atuendo para la solemne ocasión fueron la presidenta de Navarra, Uxue Barkos, y la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que declinaron participar en el festejo de la hispanidad y se quedaron tan tranquilas en su casa, quiero creer que en chándal.

Aquí en Mallorca también hubo quien casi cae en la tentación de clasificar, o descalificar, a los nuevos gobernantes por su forma de vestir, especialmente a la presidenta socialista Francina Armengol. Craso error, pues los votantes sabios jamás confundirían una urna con un escaparate de Jaume III, igual que saben distinguir entre un periódico y una revista de chismorreos, o un cuaderno de tendencias de moda, o el catálogo de alguna firma de lencería. Los topicazos sobre el aspecto de las mujeres resisten el paso del tiempo porque se nutren de la vagancia de quienes deben interpretar una realidad cada vez más compleja y diversa, y prefieren llenar espacios con chorradas antes que con análisis. Los logros de las mujeres se barren debajo de cualquier alfombra roja, y hasta las artistas acostumbradas a pisarlas con garbo se escandalizan de ser cosificadas y manipuladas con un descaro que va en aumento. La última, la actriz Inma Cuesta, que se mostró asqueada de los retoques a unas fotos suyas publicadas en un dominical que la hacían parecer una muñeca de plástico de la talla 36. "Verte y no reconocerte", escribió, y reivindicó "la necesidad de decidir y defender lo que somos, lo que queremos ser independientemente de modas, estereotipos y cánones de belleza". No se puede decir mejor.

Ojalá se le pegara algo del brío de Inma Cuesta al Instituto de la Mujer, que lleva una legislatura sesteando desmayadamente y no da ni media batalla contra el machismo. Esta causa tan difícil y tan agotadora porque supone defender lo obvio necesita un golpe de efecto. Podrían proponer por ejemplo que en el próximo gran sarao de Estado todas las mujeres de la política, la economía, las artes y las ciencias, vayan vestidas iguales. Una quedada de señoras ataviadas de rojo, o de blanco, que dejen sin argumentos a los mirones de siempre. A ver qué dicen entonces. A ver qué se les ocurre.

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