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Norberto Alcover

Las mujeres de Teresa

La cuestión femenina no deja de estar sobre el tapete de nuestra sociedad desarrollada y garantista de los derechos humanos, hasta volvernos afónicos de tantísimo grito al respecto. Mientras en estados Unidos surgen sin descanso agrupaciones que reivindican el retorno de la mujer a su casa, como esposa y madre a pleno empleo, en otras latitudes se insiste con fervor en el camino que todavía debe recorrer la feminidad para alcanzar las cotas deseadas de libertad y de igualdad en todos los órdenes de la vida. Y siempre, estas versiones del rol femenino en la estructura social, se da la mano con los interrogantes que presenta la nueva forma de familia, en la que la mujer adquiere otro talante completamente diferente al anterior, precisamente el reinvidicado por los movimientos norteamericanos antes aludidos.

Y para colmo, muchos sociólogos se preguntan, sin llegar a conocer la respuesta, qué será de nuestra sociedad si aumenta el número de mujeres solteras, para las que la maternidad pierde interés porque entra en fricción con su opción por la independencia radical en otros órdenes de la vida. Lógicamente, la cuestión femenina se da de bruces con la cuestión masculina, de tal manera que el hombre contemporáneo comienza a bascular entre su identidad y la dificultad para amoldarse a la situación, del todo novedosa para él. Y en tantas ocasiones, la violencia de género es una reacción incontrolada del varón ante la imposibilidad de mantener a la mujer "en su sitio". Es un clamoroso sentido y sentimiento de inferioridad, superado mediante la eliminación o dominación de quien no se le somete. Cambio de época. Y de refilón, Sínodo de la Familia?

Un comienzo como el anterior, periodísticamente prolijo, se aboca al hecho de que hoy celebramos la festividad de Teresa de Jesús, cuyo centenario viene desarrollándose estos meses, pienso que sin la relevancia que era necesaria, precisamente por lo escrito en el párrafo anterior. Una monja de clausura del siglo XVI, experta en Dios y en todo lo humano, aparece como referente del todo interesante para las mujeres del momento, creyentes e increyentes, simplemente mujeres. Teresa, a pesar de los siglos transcurridos, es la mujer identitaria, arrojada, decidida y prudente, que acepta responsabilidades en cantidad precisamente porque está convencida de que su rol histórico es hacerse con un grupo de seguidoras para cambiar la sociedad eclesial y también civil.

Recorrió su ámbito vital sin descanso, a pesar de una salud quebradiza. Nunca desestimó sus puntos de vista al confrontarse con los grandes de su época. Consultó y escuchó los consejos de unos y de otras con un discernimiento que causa estupor en la actualidad. Lloró sin descanso precisamente por actuar en una permanente fatiga. Y como mujer creyente, tuvo tal grado de relación con su Dios y con la Humanidad de Jesucristo que, sin poder evitarlo, experimentó el misterio más intenso que puede vivir un cristiano de cualquier época: llegar a decir de corazón, "solo Dios basta" sin quedar aprisionada por tal Dios. La trascendencia relucía en su infatigable inmanencia. Es doctora de la Iglesia. Y la serie televisiva de Josefina Molina, permanece como un documento fascinante de todo lo que llevo escrito. Vale la pena revisarla precisamente hoy.

Todos los seres humanos tenemos una madre, esa mujer que nos dio el ser, y si no es una madre física, siempre existe una mujer que hace las veces, que nos ama gratuita e incondicionalmente. También Jesucristo la tuvo y sigue teniéndola: "nacido de mujer", dice Pablo en frase lapidaria. La gran prueba de la feminidad, desde la óptica de Teresa de Jesús, es precisamente ésta: dar muestras de un amor gratuito e incondicional en una sociedad absolutamente condicionada y condicionante. Ahí radica el núcleo más identitario de toda mujer, teniendo presente que tal tipología de amor puede verificarse de formas muy diferentes. Lo que importa es la gratuidad e incondicionalidad el mismo, de tal manera que todos nosotros sepamos, con los ojos cerrados y el corazón abierto, que merece la pena seguir viviendo porque nunca nos faltará alguien que nos acepte sin tapujos, sin condiciones, incluso a pesar del rechazo social, cuando te encuentras solo. Tengo la convicción de que esta cualidad o estructura complementaria del mismo ser femenino debiera permanecer más allá de toda eventualidad, de toda situación, de cualquier reflexión sobre la identidad y rol, de la mujer: amor gratuito e incondicional, estar al pie de lo que se ama, en una familia, en una profesión, en los conflictos sociales, en la conformación del mundo, sin admitir la precariedad amante jamás, porque entonces todos quedaríamos vulnerados de escepticismo y desesperanza. Y sin esperar respuesta debida.

Estas serían "las mujeres de Teresa", indomables e incansables a la hora de estar y de ser lo que su propia conciencia les dicta con o una prioritaria urgencia. Nuestra vida está sembrada de mujeres así, y si no lo está ? preciso es preguntarse la razón de tal ausencia. Porque, a la larga, uno cae en la cuenta de que mujeres así se merecen, se elaboran, se persiguen, nunca como un don superficial y coyuntural, siempre como un regalo de la propia búsqueda. Salvo la madre germinal, la que siempre está ahí, como estuvo siempre Teresa junto a sus monjas. Así, Teresa permanece. Y la feminidad haría bien en echarle una ojeada a esta mujer correcaminos interiores y exteriores, siempre más allá de formalidades que pueden cambiar por razones culturales, entre tantísimas otras.

Mujeres de Teresa, amantes gratuitas e incondicionales. Sostén frente al pánico a vivir entre lobos. Ellas.

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