Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El proceso

Podríamos caer en lo previsible y ponernos kafkianos. Pero, no. El proceso puede ser una novela de Kafka, pero también una larga y pesada digestión, de ésas que uno sufre después de una comida opípara. La del proceso catalán será una digestión lenta y pesada, puntuada por eructos, gases y ronquidos, repentinos exabruptos y frases repetidas, no por falta de imaginación, que también, sino por pura y estricta cabezonería de los contendientes. Todo un proceso digestivo, de una soberanía ampulosa y, por ende, empalagosa. Un proceso digestivo no apto para dispépticos. Ya saben, si padecen acidez crónica o su metabolismo le recuerda cada dos por tres que ha comido lentejas con chorizo o habas a la catalana, absténganse de probar de ese plato, pues acabarán derrengados en el sofá ingiriendo grandes dosis de Almax o cualquier medicamento que atenúe la dispepsia. Apunten los síntomas: ardor de estómago, retortijones, gases de varia y maloliente índole, cabezadas narcolépticas y discursos cansinos. No se sabe si el proceso será largo en cuanto a tiempo se refiere, pero sí que se nos hará largo por denso y reiterativo. Como si nos hubiéramos zampado entre todos un guiso sustancioso y rotundo, rico en grasas saturadas. A pesar de esta pesadez que se nos avecina y que, de algún modo ya estamos padeciendo, uno sospecha que algunos disfrutan más del proceso que del resultado. En fin, que una vez acabado el proceso, ya no sabrán muy bien qué hacer con sus vidas, tan acostumbrados estaban a vivir en plena digestión, pues uno se encariña con las situaciones y cuando éstas se estabilizan, se detienen y, por tanto, acaban muriendo. Como el escritor o artista plástico que teme poner el punto y final a su obra por miedo al vacío o a la nada.

Uno está la mar de entretenido mientras duran las cosas, los procesos. Pongamos que el proceso se acaba y desemboca en la independencia de Cataluña. Ahí te quiero ver. Entonces, habrá que dejar de culpar a España de todos los males y, tal vez, se percaten de que el enemigo ahora reside en casa, con los mismos tics, las mismas trampas, las mismas patrañas. Eso sí, tal vez, con un estilo distinto y, faltaría más, propio, marca de la casa. Entonces, será urgente atender las necesidades, ponerse a trabajar en serio tras la borrachera del proceso. Una vez fracturada Cataluña, los que no se sienten para nada independentistas estarán obligados a soportar la nueva situación. O no. Por otro lado, quienes hayan apostado por la desconexión de España y, si ésta no se produce, la sensación de estafa y malestar se acrecenterá. Así pues, uno puede mirarlo desde todos los ángulos y la conclusión es que se prevé un malestar crónico, una enemistad sorda y soterrada. Pero, en fin, a lo que vamos: al apelmazado proceso digestivo. Se necesita un buen estómago para soportar estos guisos que se están sirviendo en la mesa. Los hay que ya están mostrando síntomas inequívocos de hartazgo o, lo que es lo mismo, que se sienten del todo incapaces para tragar más manduca y que quisieran hablar de otras cosas muchísimo más sensatas y urgentes o, en fin, más amenas. En definitiva, y como ya escribí hace siglos en estas mismas páginas de este diario: más Sisa y menos Llach, más espíritu lúdico y menos estacas carcomidas. Más juego y menos sermones y homilías. Más sutileza y menos romanticismo barato y cursilón. Ya no solamente Cataluña en concreto, sino España en su conjunto necesitan una urgente desdramatización, un sano escepticismo, una cierta ironía para consigo mismas. De lo contrario, será demasiado fácil caer en una solemnidad del todo ridícula.

Algunos se apresuran a dar a Mas por muerto, aunque su sonrisa autosatisfecha y muy sobrada parezca indicar lo contrario. En el fondo, como todo mesías que se precie, él se sabe necesario. De ahí que hasta la CUP, tras haber renegado de él, le esté buscando acomodo en esa presidencia coral. Todo muy bonito, casi angelical. Pero cuando acabe el proceso, si es que acaba, este coro tendrá que desintegrarse. Entonces, los angelitos que componían dicho coro tendrán que verse las caras, echarse las culpas el uno al otro, exigirse responsabilidades, reconocer que Mas fue un presidente que llevó a cabo una nefasta gestión repleta de cortes sociales, cierre de hospitales, etc, pero que supo, astuto él, distraer al pueblo con la agitación de una bandera. Mientras el proceso esté en marcha uno puede seguir culpando a España, manejando con maestría el discurso de la víctima, aprovechando también las torpezas del rival. Pero cuando se detenga el proceso y se calmen las aguas, si es que éstas se calman, cosa difícil, habrá más de uno que no sabrá qué hacer. Bueno, sí, iniciar un nuevo proceso.

Compartir el artículo

stats