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Jose Jaume

El PP transita por la senda de UCD

Cuando en vísperas de la Navidad de 2011 Mariano Rajoy por fin entró en La Moncloa su partido, el PP, la formación política de las derechas españolas, pasó a disponer del mayor poder institucional jamás habido en España desde la Transición. Más consistente que el puesto a disposición de Felipe González entre 1982 y 1983. El presidente del Gobierno estaba en situación de moldear España como le viniera en gana, hacer lo necesario para establecer una larga hegemonía de la derecha. Tuvo todo a favor: poder institucional, una crisis que le posibilitaba aprobar cambios radicales y un desfondamiento sin precedentes del partido socialista.

Cuatro años después, el PP ha entrado imparablemente en una vorágine destructiva que guarda inquietantes semejanzas con el final que en 1982 padeció la UCD creada por Adolfo Suárez. En el lapso de un cuatrienio han perdido lo sustancial del poder municipal y autonómico, incluidas las tres grandes capitales que gobernaba: Madrid, Valencia y Sevilla; ha sido destrozado en dos comunidades clave: primero en Andalucía y después en Cataluña. El PP de Mariano Rajoy ha llegado al otoño de 2015 enzarzado en una trifulca interna derivada de la constatación de que el 20 de diciembre padecerá tal batacazo que es plausible colegir que no conseguirá levantarse. Si los sondeos que dan a conocer sus medios más afines le otorgan como mucho 130 diputados la realidad tiene trazas de ser considerablemente más dramática (130 diputados viniendo de 186 es una tragedia colosal); hay quienes vaticinan un desmoronamiento cercano al centenar de diputados.

Los síntomas quitan el sueño: Aznar abomina de Rajoy sin tapujos; el PP vasco trata de ir por libre; el inane presidente del PP de Andalucía, un tal Moreno Bonilla, afirma que Javier Arenas es un cero a la izquierda en su región; Esperanza Aguirre, con el cinismo que la adorna, asegura que Rato nunca fue su hombre y el propio Rajoy, que ha entrado en una desaforada carrera de inauguraciones, que incluye pantanos (quién pudo pensar que volverían a convertirse en propaganda), espeta que es el defensor de las clases medias españolas, las mismas que la política económica que se le ha ordenado implantar ha triturado a conciencia. En cuanto al PP balear no hay ninguna necesidad de aclarar que está abierto en canal.

¿Será todo ello suficiente para que Ciudadanos sea el recambio del PP al igual que éste lo fue de UCD? ¿Ha llegado la descomposición de los populares al grado que hace inevitable la implosión? ¿Vamos a asistir a una reedición de lo ocurrido en 1982? Parece muy osado vaticinarlo; en el PP se da por hecho que lo ocurrido en Cataluña no se repetirá en las elecciones generales. Probablemente así será, pero la cuestión a dilucidar no es si Ciudadanos saldrá de las elecciones convertido en el primer partido de la derecha; lo que está por sustanciarse es si el PP resistirá la hemorragia que genera la pérdida del poder. De lo que se trata es de indagar si el PP, con unas pérdidas en diputados superiores al medio centenar, como mínimo, y con muchas posibilidades de ser apeado del gobierno, estará en condiciones de subsistir como partido cohesionado, como el de referencia de la derecha ante la progresiva fuerza que irá adquiriendo Ciudadanos, al que el electorado nítidamente situa en su ubicación natural: la derecha o, si se quiere, el centro derecha, solo que liberal y moderna, sin el insoportable peso de la corrupción que ha hecho una incontrolable metástasis en las estructuras del partido popular. Querer enviar al partido de Rivera a la izquierda es una pretensión ridícula.

La animadversión que el presidente Rajoy despierta es superior a la que en 2011 provocaba José Luis Rodríguez Zapatero, a quien no se le perdonó la "traición" que infligió a quienes le votaron en mayo de aquel año. El hundimiento socialista fue el resultado de aquella actuación mucho más que producto de la crisis que no supo vislumbrar. Todo hay que decirlo: no la vio venir nadie. A Rajoy, además del incumplimiento flagrante de su programa, no se le perdona, no encontrará clemencia, su inacción, su patética carencia de cualidades para ser el gobernante que España ha requerido y requiere. Su inconcebible ausencia de empatía. Cuando dice que es el defensor de las clases medias no hay quien sea capaz de creerlo, por mucha buena voluntad que ponga en el empeño. Al ver a Rajoy colocándose unas gafas de sol de montura llamativamente azul en un acto electoral la impresión mayoritaria es la de que el presidente esta en una posición impostada. Falsa. ¿Alguien es capaz de imaginar al presidente bailando como Miquel Iceta? Si hasta cuando acude a la barra de un bar resulta una imagen de cartón piedra, semejante a los pobres decorados de las viejas películas de romanos.

Lo malo para el PP es que no ha dado con la fórmula para descabalgarlo y presentar un candidato o candidata alternativo a la presidencia del Gobierno. Salvo que Rajoy decida apartarse de la carrera electoral, y no parece que alguien tan pagado de sí mismo esté dispuesto a hacerlo, porque para ello se requiere la altura intelectual que sí tenía Leopoldo Calvo-Sotelo, es el candidato inevitable del partido de la derecha hispana. Lo que sí puede asegurarse sin temor a errar es que en el caso de que al PP le acontezca lo que anticipan muchos Mariano Rajoy Brey desaparecerá de escena de inmediato. Tras de sí dejará a un partido descompuesto, que tendrá muchas más dificultades que las que ha sorteado el PSOE para intentar recomponerse. Ciudadanos espera su momento, que parece aproximarse. Por ahora, en el PP se intentan atar corto las disidencias, atemperar las tensiones evitando que en las organizaciones regionales las aguas se desborden antes del 20 de diciembre. Después, si el resultado es el previsible, si se pierde el poder, la deflagración se hará inevitable. Basta observar los movimientos que se están llevando a cabo para saber que cuando se sepa cuál ha sido el desenlace dé comienzo la función, en la que se asistirá a un clásico de la historia política española: el despedazamiento de un partido que en un tiempo a todos pareció imbatible, una nave inabordable.

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