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Daniel Capó

¿Una catástrofe en África?

En su reciente ensayo Black Earth, el historiador Timothy Snyder plantea una hipótesis inquietante: ¿responde el Holocausto a una especie de arquetipo universal que puede repetirse siempre que concurran determinadas circunstancias, o más bien se trata de un hecho único en la historia, consecuencia de la singularidad del nazismo? La polémica tesis del profesor de Yale se inclina por la primera opción. Para Snyder, la explicación de los genocidios se resume en una serie de causas. En primer lugar, las matanzas suceden allí donde el Estado ha sido destruido y, por tanto, las garantías jurídicas de los ciudadanos han quedado en suspenso. Sin Estado y sin leyes, las minorías quedan indefensas algo que deberíamos recordar siempre que reflexionemos sobre la democracia. En segundo lugar, la propaganda tiene que poder explotar odios arraigados en contra de algún grupo social, lo cual facilita la identificación de un chivo expiatorio sobre el que descargar las culpas. En tercer lugar, asoma la mentalidad colonial unida a una crisis de gran alcance económica, por ejemplo; pero también ecológica o de control de las materias primas. La necesidad de alimentar al pueblo alemán, ocupando las llanuras de Ucrania, pudo ser uno de esos propulsores para Hitler. Y la guerra, con su lógica extrema, impuso el escenario final del horror.

La tesis central del libro ha merecido notables críticas, aunque su armadura documental es brillante y la inteligencia del autor, excepcional. La sección más polémica apunta, sin embargo, hacia el futuro: ¿puede volver a suceder el Holocausto? O, más bien, ¿dónde y cuándo? Snyder señala un lugar: el continente africano; y un motivo: una eventual crisis ecológica de gran magnitud como consecuencia del cambio climático. La alteración de unos pocos grados en la temperatura global causaría graves deshielos y sequías, la subida del nivel del mar y hambrunas colectivas. El control del agua potable se ha convertido, como bien escaso, en una de las obsesiones de las grandes potencias, sobre todo teniendo en cuenta que casi una quinta parte de la humanidad "carece de los dos litros de agua diarios necesarios para beber". La pregunta que se plantea Snyder en Black Earth es qué sucedería si, dentro de unos años, algún imperio de nuevo cuño China, Rusia se enfrentase a una crisis que le impidiera alimentar satisfactoriamente a su pueblo. "Los dirigentes de Pekín explica podrían sacar la misma conclusión que los dirigentes de Berlín en los años 30 del siglo XX: que la globalización al servicio de un sector de exportaciones en expansión debe complementarse con un control duradero del espacio vital que garantice el suministro de alimentos". Y para remachar el argumento, el autor recalca que "las autoridades chinas demostraron durante la guerra civil relacionada con el clima que empezó en Sudán en 2003 que apoyarían a los asesinos responsables de masacres si esto resultaba beneficioso para sus inversiones". África, recordémoslo, concentra el 50% de las tierras sin cultivar. Además, la presencia efectiva del Estado de derecho es todavía limitada. Y la corrupción política sigue campando por sus anchas. Eso sin olvidar, el humus del odio, tanto étnico como religioso.

¿Cuánto hay de apocalíptico en el discurso de Snyder? Sin duda, mucho. Pero haríamos mal menospreciando la importancia de sus advertencias. La historia nos enseña que, ante una emergencia global, lo importante no es dejarse llevar por el catastrofismo sino intentar preservar los espacios de sensatez y de esperanza. La lectura en positivo de Black Earth reclama la prevención ante las posibles consecuencias políticas de un shock el medioambiental que parece irreversible. Conocer el pasado nos enseña a preparar el futuro.

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