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¿Y qué más da si es una nación?

Celebradas las elecciones "plebiscitarias" catalanas, los analistas soberanistas insisten en indagar si los distintos actores estatales creen que Cataluña es o no es una nación. Evidentemente, estamos ante una cuestión de exclusivo interés semántico. La cohesión que sugiere el concepto de "nación" se puede aplicar sin duda a Cataluña, pero también, sin duda, a España. Entrar a averiguar si el engrudo que vincula a los catalanes entre sí y a estos con el territorio es más pegajoso que el que liga a los españoles entre ellos y a estos con el solar español es puro bizantinismo, que sólo conduce a la melancolía y que entraña alguna patología. En cualquier caso, no es descabellado decir que España es una nación de naciones, como tampoco lo es asegurar que Cataluña y España son naciones. ¿Y qué si lo son?

Los nacionalistas responderán que se sienten henchidos de gozo ante la contemplación del hecho nacional. Los que no lo somos miraremos con desconfianza y recordaremos, sólo para nosotros mismos o para propalarlo si llega el caso, las brutalidades que se han hecho en todas partes en nombre de la nación en el pasado. Y nos reafirmaremos en que la mejor ligazón que puede vincularnos a los connacionales es la formada por la libertad y la democracia. Hablen en cualquier lengua o tengan cualquier color de piel.

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