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Antonio Papell

El peor de los resultados posibles

Con la perspectiva que dejan los días transcurridos, es posible asimilar mejor los resultados del 27S para percibir todos sus ingredientes y aristas. Y el resultado de este segundo análisis es poco reconfortante: cabe afirmar que la decisión catalana en las urnas ha sido uno de los peores que cabía imaginar si se utilizan los baremos de la estabilidad política y de la cohesión social.

En efecto, el resultado de la consulta, un híbrido de elecciones regionales y de plebiscito sobre la autodeterminación, ha ofrecido una partición de Cataluña en dos mitades prácticamente iguales. 1.957.318 electores (el 47,7% de los votantes) se inclinaron por opciones que propugnan la independencia, en tanto los demás prefirieron otras opciones: el 39,17% se posicionó también en contra del "derecho a decidir" (C's, PSC, PP), en tanto el 11,45% dijo apoyar este ambiguo derecho, aunque para negarse después a la secesión (Catalunya Sí que es Pot, UDC). El censo de ciudadanos con derecho al voto el 27S fue de 5.510.713 electores, según datos oficiales del INE, con lo que los independentistas que defendieron su opción en la urna representaron exactamente el 35,52% del censo.

Es de sentido común, avalado por la jurisprudencia, que, para provocar un cambio de fronteras, las mayorías deben ser relevantes, cualificadas, porque de lo contrario la fractura puede generar más inestabilidad que la que pretende remediar. La Unión Europea ya expresó este criterio al organizar en 2006 un referéndum para dilucidar el estatus de Montenegro, territorio de la antigua Yugoslavia, vinculado a Serbia. Las normas impuestas en aquel caso fueron muy claras: la participación en la consulta debería situarse por encima del 50% y, de cumplirse ese requisito, el voto secesionista debería superar una mayoría del 55% para tener validez. De hecho, en los 13 casos de acceso a la independencia por referéndum y fuera del contexto colonial desde 1945, la mayoría media fue del 92%, según acredita Stéphane Dion en su libro sobre Quebec. En el caso catalán, el virtual empate, con cierta ventaja de los no independentistas, desaconseja seguir avanzando en la propuesta independentista, aunque, por el efecto de la ley d'Hondt y de una representación distorsionada por la utilización de la provincia como circunscripción electoral, los independentistas, mayoritarios en las provincias menos pobladas (Girona y Lleida) hayan obtenido más escaños que sus adversarios en el parlamento catalán.

La fractura política de la sociedad catalana es, pues, profunda, irremediable y dramática. Y con una particularidad: también los soberanistas están profundamente fracturados internamente. Porque la CUP, necesaria para designar al presidente de la Generalitat, está en las antípodas ideológicas de sus compañeros de viaje de la lista unitaria hacia el independentismo. Como recordaba este sábado el director de La Vanguardia, la CUP incluye en su programa no pagar la deuda, salir de la UE, romper con el euro, desobedecer a la troika, salir de la OTAN? Y jornadas laborales de 30 horas, nacionalizar los servicios públicos y convertir en publicas las escuelas concertadas? ¿Qué parte de este ideario piensan adoptar los burgueses de CDC o los tibios izquierdistas de ERC?

El envite soberanista y el ímpetu rompedor de los independentistas han provocado en fin la ruptura de Cataluña, la ruptura del independentismo e incluso la ruptura de la principal formación de Cataluña, CiU, al tiempo que ha desaparecido la política del panorama público, la gobernación corriente se ha olvidado, las urgencias sociales se han postergado, y la rica región catalana se aboca hacia un declive económico y social inevitable si no se pone cuanto antes en marcha la maquinaria gubernativa. Ha sucedido, sí, lo peor que podía pasar.

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