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Encasquillados

Las catalanas, como plebiscito, han resultado un ni para ti ni para mí que, al día después, significa un ni para adelante ni para atrás. Atascadas. Así han quedado las fuerzas políticas inductoras del engendro: no pueden proclamar la independencia porque les faltan votos, y tampoco pueden gobernar de manera convencional porque les faltan escaños así como porque son incompatibles entre ellas en todo lo que no sea enarbolar la estelada.

El desglose del "empate técnico" permite identificar en una de las partes, la del No, el listado de partidos existente en cada provincia: Cs, PSOE, PP, Podemos e IU, una baraja plural que no podría coaligarse para ser alternativa de Gobierno al bloque independentista y que sólo representa la novedad respecto a otros territorios de la súbita hegemonía de Cs. Sin embargo, la parte del Sí, integrada por partidos de raíz exclusivamente local (Convergencia, ERC y CUP), pretende gobernar, y los dos primeros grupos ya comparecen en alianza, pero eliminada la posibilidad del fin básico de la independencia, el armatoste de Junts pel Sí queda inutilizado, como un ordenador al que le fueran sustraídas sus piezas vitales. Muy poco operativo parecería un Gobierno compuesto por el partido oficial de la burguesía catalana (Convergència, la derecha), más el de sus hijos pijoprogres (ERC, la izquierda), y el de sus hijos pijofrikis (CUP, la ultraizquierda) con el adobo en los dos últimos casos de los hijos del charneguismo recauchutado que a la idea inquietante del nacionalismo han añadido cualesquiera otras rescatadas en campos de chatarrería.

La política catalana, en otros tiempos tan dinámica y fluida, ha quedado encasquillada. Ni para adelante ni para atrás. Y esto va a llevar necesariamente a otras elecciones autonómicas (las terceras en cinco años, si no me equivoco, más la falluta "consulta") en las que se dirima sólo la gobernación, y dejar para después el inevitable referéndum mediante el que resolver de una vez el monotema.

La cuestión primera sería decidir si conviene en tal caso adelantar las elecciones generales para acelerar el calendario político y ayudar a desencasquillar la situación catalana a fin de que ésta deje de ser una constante interferencia con su ruido de fondo. Pero esa decisión corresponde a Rajoy, que ha largado la convocatoria a las Navidades para que los funcionarios huelan la paga extra restituida a pie de urna. No parece que después del 27S le entren las prisas al presidente del Gobierno, quien el pasado domingo debió percibir que los votantes lo están esperando para "agradecerle" su gestión de la crisis. Mucho menos después de que Albert Rivera haya mostrado sus poderes en Cataluña a renglón seguido del aviso en las municipales y autonómicas. El peligro que amanece para Rajoy tiene que ver precisamente con la consolidación nacional de Rivera, quien puede tranquilizar al establishment al complementar al PSOE en una posible victoria de éste por la mínima, alejando así a los socialistas del influjo de Podemos.

Rajoy hará nada, como es su costumbre, pero esto permite observar que son otros, sus adversarios, quienes hacen el trabajo. Gracias a la izquierda no nacionalista que tal vez ha pagado electoralmente por esta condición cuando tan fácil le habría sido añadirse, a los socialistas y, sobre todo, a Cs, Cataluña sigue en el mapa. Partida y atascada, pero en el mapa. El resultado de las catalanas ha sido un ni para ti ni para mí, pero para el que menos, el PP de Rajoy. Un político que, como la situación de Cataluña, también da evidentes muestras de estar encasquillado.

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