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Con monumentos y símbolos, tabla rasa

Parece como si la destrucción de las huellas dejadas por el pasado, se llevara consigo el dolor o animadversión con relación a lo que en su día representaron y pusiera de nuevo a cero el contador de la Historia. Sin embargo, no es así, y pretender hacer tabla rasa cuando discrepamos, a expensas de borrar los vestigios, no tiene más consecuencia que dificultar la pedagogía para unas generaciones venideras a las que, por cierto, se les dará una higa lo que ahora nos persigue como una ominosa sombra.

Viene el prolegómeno a propósito del debate suscitado en torno al monolito de sa Feixina sito en Palma y erigido en la posguerra, como ustedes saben, para homenajear al crucero Baleares, navío de la Armada franquista que fue hundido en la batalla del Cabo de Palos con resultado de más de 700 tripulantes fallecidos. El texto que se exhibía en el mismo, con claras alusiones en favor de la pasada dictadura, fue eliminado en 2010 por parte del Ayuntamiento socialista de entonces y siendo alcaldesa la señora Aina Calvo. No obstante, y desde aquellas fechas, persistieron las opiniones encontradas entre quienes han abogado últimamente por dejarlo como está (la Asociación para la Rehabilitación de los Centros Antiguos, ARCA, entre otros), trasladarlo a un museo militar (Federación de Asociaciones de Vecinos) o destruirlo, opción ésta por la que se ha decantado el ayuntamiento actual al amparo de una sentencia del Tribunal Supremo y en aplicación de la ley de memoria histórica, toda vez que se sigue considerando, más allá de sus modificaciones, símbolo del franquismo.

La controversia tendría relativo interés, dada la escasa enjundia del monumento en cuestión, si no fuese por lo que tiene de ejemplo respecto a ese borrón y cuenta nueva que parece informar el comportamiento de amplios colectivos en toda época. Ciertamente, no estaría de más la profilaxis para evitar ulteriores confrontaciones; así, rotular las calles con según qué linajes, plantar en muchas plazas aquel personaje a caballo del que aún se recuerdan sus desafueros o adornar los muros de las iglesias con los nombres de los caídos por Dios y por España, debiera evitarse, ahora y antes, por no herir susceptibilidades. Pero los vestigios del pasado, edificios o monumentos, forman parte de nuestro devenir, con la evidencia añadida de que, cuando las intrahistorias se desvanecen y prima el marco que las engloba, el resentimiento se transforma en curiosidad. Estudia el pasado si quieres definir el futuro, aconsejaba Confucio y, para ello, la memoria de los pueblos precisa de libros, piedras e imágenes si hay que escudriñar cómo y en virtud de qué avatares somos así y hemos llegado hasta aquí.

En esa tónica, la destrucción es también un atentado contra la identidad colectiva, no siempre enraizada en comportamientos justos o bondadosos, y no habría de reinventarse a medida de la ideología del poderoso de turno, que tendrá en sus manos la facultad de eliminar cuanto pretenda que caiga en el olvido. Por eso se destruyó el Templo de Israel, las mezquitas islámicas fueron arrasadas por nuestro ancestros (nuestra catedral se construyó sobre la gran mezquita), aunque a su vez los árabes edificaron la de Córdoba, en el siglo VIII, sobre la iglesia de San Vicente y otras sobre ermitas visigodas, antiguos templos romanos? Y seguimos igual: los países del Este europeo desembarazándose del legado socialista en cuanto a los símbolos, el Valle de los Caídos esporádicamente en candelero y, por lo que hace al Estado Islámico, más de 3.000 iglesias derribadas desde su irrupción, por no hablar de Palmira o Yemen, y del museo de Mosul a las ruinas de Nínive o Hatra.

Sin duda, nada de lo anterior tiene parangón posible con el humilde monumento de sa Feixina excepto por esa simbología que fomenta parecidas pulsiones hacia la clastia, sean recintos sacros, figuras aladas o monolitos, aunque de la reflexión y sin duda con el paso del tiempo, se derive la domesticación de emblemas y alegorías que pasan a ser, de subversivas u ofensivas, meros testigos de su tiempo y circunstancias.

Estaremos de acuerdo en que nadie puede elegir momento y lugar de su nacimiento pero, una vez ocurrido el hecho, reflexionar sobre el contexto que nos alberga e intentar entenderlo, precisa también de restos, reliquias y rastros varios. Cuantos más, mejor. Y encima, sa Feixina podría inducir, cuando se debata de nuevo sobre su destino, a poner a Freud sobre el tapete, dada la propensión que tenía el vienés por relacionar los monolitos con falos, aunque en este caso sería inoportuno ir más allá y suponer que dicha asociación pudiera adscribirse a cualquiera de los colectivos y asociaciones en conflicto que, por esa franquista erección, optarían por una u otra solución con relación a las pulsiones del subconsciente. Y de no tener el desacuerdo nada que ver con el psicoanálisis de diván, decidir dejarlo donde está y dedicar la cantidad que supondría eliminarlo a fines sociales, podría ser una más que razonable alternativa. Y, muy probablemente, al gusto de una mayoría si se explicase el por qué.

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