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La capital

Como otros europeos seguí con gran interés las elecciones catalanas. Pero al analizar las reacciones de los últimos días me falta el argumento definitivo: el conflicto que Cataluña mantiene con la mal llamada "España" sólo es en realidad con el poder central de Madrid. Rara vez he conocido un catalán que tuviera problemas con un vasco, un asturiano, un aragonés, un canario o un gallego. Y menos aún que quisiera abandonar un país formado por ellos. Dicho esto, el conflicto en cuestión es análogo al de otras "naciones pequeñas" con los gobiernos centrales de sus respectivos países. Es alucinante que olvidemos este hecho tan básico y perdamos el tiempo en abordar el problema catalán desde ángulos demagógicos. Sin moverme de mi silla puedo enumerar los conflictos de Irlanda y Escocia con el poder central de Londres; los conflictos de Bretaña y Córcega con el poder de París; los conflictos de las repúblicas bálticas, Ucrania y regiones del Cáucaso con el poder de Moscú; los conflictos de Sicilia y Cerdeña, amén de la Liga Norte, con el poder de Roma; los conflictos de algunas regiones de Grecia con el poder de Atenas. Todo ello sin hablar de la "esquizofrenia" civil que vive Bélgica entre flamencos y valones. Y como broche, los conflictos en la antigua Yugoslavia. La pregunta es muy simple: ¿Nos dice algo esta clamorosa discrepancia? ¿O nos la tomamos a broma? Ahora resultará que el independentismo catalán es la única manzana podrida del continente.

Cuando se desprecia el soberanismo de Cataluña se ignora temerariamente una cuestión que afecta a casi toda Europa. Dicha cuestión no sólo atañe a dos millones de conciencias hechizadas por un sueño mesiánico, sino a docenas de millones de europeos que también se han atrevido a soñar. Y que de mesiánicos no tenían nada. Que países con un pasado tan trágico y deplorable como Alemania defiendan la unidad europea no implica que el núcleo continental- es decir, Francia, Italia, Inglaterra, Rusia o España- no vayan arrastrando un problema muy serio desde hace siglos. El independentismo no es un capricho de cuatro locos: es algo puro, legítimo y endémico. Y como ocurre siempre rebrota en momentos de crisis, cuando los ciudadanos de la periferia comprueban una vez más que su pertenencia a un Estado central y mastodóntico no sólo no resuelve sus necesidades sino que crea nuevos problemas y servidumbres que se ven incapaces de afrontar.

Digámoslo alto: hay mucha gente en Europa, y no sólo en Cataluña, que rechaza un proyecto común diseñado por las elites capitalinas que se está revelando inoperante y corrupto. Ésta es la verdad, no otra, y en cada lugar toma una forma distinta. Ya sé que hay patriotas que se alegran mucho de que España se haya salvado. Los veo contando votos y hablando de escaños, estableciendo matices entre la calle y el parlamento, cosa que jamás habían hecho. Pero en el fondo deberían agradecer al Cielo que los catalanes sean gente pacífica. Porque en cualquier otro lugar, en el País Vasco por ejemplo, lo tendrían mucho más negro.

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