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Joaquín Rábago

Otro mito que se desmorona

El viejo mito de la probidad germana se ha venido abajo una vez más con el escándalo de la Volkswagen. Muchos habrán sentido sin duda al conocerlo eso que los mismos alemanes llaman Schadenfreude, es decir alegría por la desgracia de otros. Era un buque insignia de la inventiva y la capacidad industrial de Alemania y ahora se demuestra que no sólo los mediterráneos, como los griegos, italianos o españoles, somos en ocasiones trapaceros, sino que también saben hacer trampas, y a lo grande, los luteranos del norte.

El semanario 'Der Spiegel' hablaba en su último número del "fin de la arrogancia y la autocomplacencia" en relación con el engaño al que VW ha sometido a cientos de miles de compradores de sus vehículos de motor y a las agencias encargadas de controlar los límites de emisiones de gases contaminantes. Era imposible dicen muchos que sólo unos pocos estuviesen al tanto del engaño, y sobre todo que lo desconociese hasta el estallido del escándalo el presidente de la compañía, Martin Winterkorn, quien tendrá que dar muchas explicaciones.

Volkswagen era algo así como uno de los símbolos que aún quedaban en pie del capitalismo renano, supuestamente más serio, social y honesto que el modelo anglosajón que va dominándolo todo a partir del sector de las finanzas. Pero el engaño del fabricante de automóviles, que trampeaba con los motores diesel de sus modelos de modo que emitiesen menos gases sólo al ser examinados en los laboratorios encargados de su control, no es, sin embargo, el primer caso de trapaceo en el país de Albert Schweitzer y el reformador Lutero.

Todos recordaremos el caso del Deutsche Bank, otrora también orgullo del capitalismo financiero e industrial alemán, multado por las autoridades de EE UU y Gran Bretaña junto a bancos de otros países por manipular algunos de los principales índices de referencia del mercado interbancario. Y es que hoy en día lo único importante para el nuevo tipo de capitalismo, el que llamamos "neoliberal", son los beneficios del accionariado, objetivo al que se subordina todo lo demás, sin que cuenten preocupaciones como la responsabilidad social o económica de la empresa.

Es lo que vemos con la imposición en todas partes, tanto en el sector privado como en el público, de los llamados "objetivos", que animan a muchos a hacer trampas, si hace falta, para conseguirlos sin que importen las consecuencias para el consumidor, el conjunto de la sociedad o el medio ambiente. Como vemos que ha ocurrido en el caso de la Volkswagen, lo importante es que no le cojan a uno. Es un riesgo, que muchos asumen bien sea por simple afición al mismo, como en el juego, bien porque, como ocurre otras veces, las multas que se les aplican finalmente en caso de ser sorprendidos in fraganti puede que justifiquen la apuesta.

Así, ninguno de los bancos a los que se ha descubierto haciendo trampas millonarias, como tampoco las agencias de calificación de riesgos, han pagado como deberían por sus trampas sino que unos y otras siguen dedicados, como si tal cosa, a sus pingües negocios.

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