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Norberto Alcover

Diagnóstico 'post partum'

Lunes por la mañana, al día siguiente de las elecciones autonómicas catalanas. Salgo a la calle y compro todos los periódicos de tirada nacional además de Le Monde, una cuestión de fidelidad. Marcho a la sala de Montesión donde están los diarios mallorquines. Y me paso más de una hora hojeando el conjunto y deteniéndome en algunos textos de opinión. Quedo exhausto, tal es la pluralidad de interpretaciones sobre lo sucedido ayer en las urnas de Cataluña, pero todavía más, me agotan las reacciones de los líderes de los diferentes grupos ante una misma realidad. La realidad es que el independentismo ha ganado en escaños pero no en votos directos, lo que abre un interrogante inquietante a la hora de juzgar lo acontecido y las necesarias alianzas para alcanzar la mayoría absoluta independentista de los señores Mas y Junqueras, auténticos promotores de este circo propuesto como plebiscitario sin serlo legalmente.

Pero también destacan todos los diarios la irrupción fascinante de Ciudadanos, con ese joven líder, perfectamente asesorado por cerebros universitarios y empresariales, que se llama Albert Rivera y su guardia de pretorianos jóvenes y atractivos. No deja de llamar la atención el fracaso del simpático Iceta, de los descolocados populares y la desaparición parlamentaria de Unió, liderada por el ya clásico Durán y Lleida. Los del CUP, con solo el 8,20% de votos, podrán decidir la gobernabilidad catalana si asumen dialogar con los grandes independentistas. Podemos, sin más, no ha podido.

¿Quién será president de la Generalitat? Depende de un montón de factores que en este momento no me atrevo a interpretar, pero se tratará de un detalle de relevante importancia, sobre todo mirando a Madrid, a España, y a los mismos catalanes fieles al Estado en cuanto tal. Pienso que por ahí camina la realidad objetiva, y lo mejor es tomar buena nota: la independencia está ahí? pero no arrasa. Nunca como ahora se hace necesaria la finezza política, reclamada por Andreotti. El momento de las emociones pasó, y hemos llegado al imperio de la razón.

Evidente la presencia, no dominante, del independentismo catalán. Rajoy no puede seguir mirando hacia otro lado, amparándose en la repetida "legalidad", que a partir de este momento debe aparecer acompañada de la política (diálogo como sea) pura y dura, si no queremos forzar un enfrentamiento todavía más crudo. Y además, implicar en este diálogo al conjunto del Estado de las autonomías, para ver de reorganizar su futuro tras esta llamada de atención sobrevenida desde territorio catalán. En este momento, es muy complejo, sin un debate parlamentario auténtico y a todas las bandas, apostar por una solución estrella, sin que el federalismo sin más solucione la situación. En todo caso, un federalismo que hundiera sus raíces en el autonomismo actual, en lugar de darle luz a una criatura completamente desconocida hasta ahora. Un tanto de continuidad sería positivo para todos, tal vez contemplando la peculiaridad vasca y catalana? pero tomándolas con pinzas, para evitar agravios comparativos.

En todo caso, la apertura de un tiempo nuevo está en manos de Rajoy, sin olvidarnos de que a la vuelta de la esquina están unas elecciones legislativas, llamadas a reorganizar el mapa político español. Y con estas elecciones al caer podría resultar inoportuna la apertura de un nuevo frente como el de la estructura del Estado de las autonomías. Mejor esperar para después, con un nuevo mapa parlamentario en orden y concierto. Entonces, sí. Y sería la ocasión de que en el debate electoral tuviera un objetivo protagonismo todo lo que venimos comentando: el tipo de Estado que propone cada formación política, para facilitar voto y debate. Pedirle a Rajoy que mueva ficha inmediatamente sería invitarle a un suicidio político. Otra cosa es urgir la necesaria acción política en la medida en que los catalanes pongan sobre la mesa decisiones sin fundamento ni legal ni político. Cada cosa a su tiempo.

Acabo con una sorpresa derivada de la revista Tentaciones, adjunta a El País de la semana anterior. Allí encontramos un reportaje sobre los "jóvenes políticos" de la última hornada. Lo importante no es el contenido, en general flojo. Lo que importa es el dato, pues los entrevistados no superan los 37 años. Son diferentes a los anteriores y se percibe que ya enterraron los malditos fantasmas guerracivilistas. Les importa mucho más la sociedad civil que las ideologías, aunque las tengan. Pero sobre todo sus mitos referenciales, todo un dato, nada tienen que ver con quienes tienen más de cincuenta años, es un decir, porque son descaradamente icónicos, digitales, presentistas y por supuesto rabiosamente ecologistas. Piensen en la edad de tales neolíderes y la de quienes han vencido en las catalanas. Es una mera sugerencia.

Nos esperan meses apasionantes, se quiera o no, tras tantos timbres de alarma como han sonado en Cataluña. Timbres que denuncian la entrada en nuestra casa común de una generación distinta pero con la presencia de grandes elefantes todavía ambiciosos. Es el resultado de aquel olvidado 15M, tantas veces fustigado desde las poltronas pero, a la media actual, arranque de una "cultura del cambio" que, mejor o peor, se está imponiendo. Porque lo más relevante no es el cambio promovido por el independentismo, en absoluto. El cambio de verdad es el de los valores, sobre todo valores sociales y económicos, tras el varapalo de la crisis capaz de torpedear nuestras seguridades más sólidas. No tengo la menor duda de que el verdadero debate de un parlamento formado mayoritariamente por los jóvenes aludidos, pondrá sobre el candelero la distribución de la riqueza, con permiso de los inmigrantes que seguirán llegando a nuestras costas añoradas. También ellos tendrán alguna palabra que decir, más allá de nuestros fantasmas territoriales.

La fuga catalana ha comenzado. Lo repito: el dato, ya evidente, me entristece. No en vano, Cataluña es parte de mi vida como mallorquín pero también español. A partir de ahora, cada cual es todavía más responsable de sus palabras y de sus gestos.

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