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Antonio Tarabini

Europa 'kaput'

Miles de personas y familias de toda edad y condición deambulan por las carreteras y caminos, buscando asilo simplemente para poder vivir lejos de los bombardeos indiscriminados, donde mueren miles de niños, mujeres, ancianos, donde las casas, escuelas y hospitales son objeto de destrucción masiva. Entretanto, "nuestra" Europa no sabe cómo afrontar la situación. Se reúnen una vez, otra vez... mientras las miles de personas siguen deambulando. Pretenden hacer un reparto entre los países miembros de la UE. Nadie los quieren, pero si no les queda otro remedio, que sean los menos posibles. Y ahora ha "reventado" incluso un hipotético reparto. Básicamente los países europeos del este, cuyo mayor y peor símbolo es Hungría (no es el único) no aceptan ni tan siquiera ser territorios de paso o la instalación de campamentos provisionales de ubicación de "lotes" de refugiados a la espera de los trámites de asilo. Han cercado sus fronteras con centenares de kilómetros de elevadas (cuatro metros) alambradas incluidas las malditas "concertinas" a imitación de las instaladas en Ceuta y Melilla. A los que logren pasarlas y sean detenidos les corresponden cinco años de cárcel. Y ahora la penúltima (¿cuándo y cómo será la última?) el parlamento húngaro ha autorizado a su ejercito a utilizar pelotas de goma y gases.

Dicho lo cual, me sigo declarando un europeísta convencido. Pero ¿de qué Europa?: de un proyecto de convivencia basado en cuatro ejes básicos: la paz, la democracia, el progreso económico y social y la solidaridad. Sus "promotores" fueron los socialdemócratas con el apoyo inestimable de los democristianos. En sus primeros cincuenta años sus éxitos han sido evidentes. Una paz estable en un continente asolado por las dos guerras mundiales. La democratización avanzó en sus estados miembros (entre otros países, España, Portugal o los nuevos socios pertenecientes al exbloque soviético). El progreso socioeconómico fue un hecho: una cohesión económica y social entre personas y territorios, unos servicios públicos universales y accesibles, así como unas garantías básicas garantizadas en las relaciones laborales contractuales.

Pero la crisis que estalló en Europa en el 2007 por el efecto mariposa del crack de las hipotecas basura en EE UU puso de manifiesto un agotamiento del Estado de bienestar convencional que en España se visualizó con la burbuja inmobiliaria. Lo que explotó realmente fue la falta voluntaria de control por parte de los poderes democráticos, que facilitó el imperio de los lobbies financieros surgidos desde la globalización. Y que como solución, con el aval de los partidos conservadores de talante neoliberal y del desconcierto de los partidos socialdemócratas, aplicaron (y siguen aplicando) sin ningún tipo de rubor sus "soluciones" neoliberales que han significado dinamitar los servicios públicos esenciales (sanidad, educación, servicios sociales) así como la pérdida estructural de derechos básicos de índole política, económica y social.

Y también quedan "tocadas" las instituciones democráticas, las europeas y las nacionales. La Unión Europea visualiza una inmensa burocracia y un parlamento, un consejo, una comisión... que poco o nada tienen que ver con la realidad de los ciudadanos y ciudadanas que forman parte de Europa. Cada miembro actúa según sus intereses nacionales, no existiendo políticas económicas, fiscales... abandonando en el baúl de los recuerdos los objetivos de equidad y cohesión social. La democracia brilla por su ausencia, y tal situación provoca desencanto en el proyecto europeo y el consiguiente surgimiento de nuevas formaciones políticas antieuropeas y xenófobas, básicamente ubicadas en la extrema derecha (Francia, Grecia, Alemania, incluso en los países nórdicos?).

A niveles nacionales, especialmente en el sur donde mayormente se han sufrido (y sigue sufriendo) la crisis, sus instituciones representativas básicas (parlamentos, gobiernos) pierden credibilidad por su docilidad en la aplicación de medidas anticrisis y por su incapacidad de ofrecer otras alternativas posibles. Y también la crisis de credibilidad afecta a los partidos políticos: en España, sobre todo a PP y PSOE, pero también a IU y a otras organizaciones como los sindicatos. A partir de ahí, surgen con fuerza nuevos partidos, siendo el más significativo Podemos y diversas coaliciones, que ponen en jaque a unas instituciones anquilosadas y a unos políticos conformistas. Su consolidación, con sus contradicciones e ingenuidades, queda pendiente de las ya próximas elecciones generales. Tampoco es casual la amplísima victoria del radical (?) Corbyn, convertido en el nuevo líder de los laboristas británicos. Y El triunfo de Syriza (partido no emergente, lleva años presente en el campo de juego político griega) a pesar de los pesares, lo que no ha provocado excesivas alegrías a los poderes fácticos europeos.

Todas estas realidades han puesto de manifiesto la inexistencia de un proyecto político, económico y social donde los protagonistas fueran sus ciudadanos. Ante unas políticas nacionales en orsay y unas instituciones europeas kaput, nos resta la esperanza en los ciudadanos. Es una realidad creciente la reacción de centenares de miles de ciudadanas y ciudadanos que han levantado sus voces contra sus gobiernos y contra los capos europeos ante el trato con los refugiados. Es la sociedad civil que les ofrece recursos y servicios. En España incluso ha obligado a espabilarse a Rajoy. La esperanza es lo último que se pierde, y lo único que nos queda.

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