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Ser español

Ya escribí en su momento que ser español es cosa grave y goyesca, quijotesca y buñueliana, y que una de las formas más españolas de demostrar españolidad es, justamente, renegar de ser español. Entre la hazaña y el ridículo. Si un español, durante la semana, no pone de vuelta y media a su patria, es que algo está fallando. Ya sabemos que en el fuero interno de cada español estalla cada día una guerra civil. El buen español se lleva mal consigo mismo, se avergüenza de nombrar su país de origen y si lo ven agitar la bandera es que tiene miedo de algo o necesita ponerse tacón para parecer más alto. Que también los hay, y muchos. Pero quiero fijarme en el español antiespañol. Caso curioso y digno de estudio. El español más puro es el independentista catalán. Lo que acabo de escribir les parecerá una salida de tono, una provocación gratuita. No estoy seguro. España es experta en alimentar en su seno hijos que la detestan. Un buen español siempre está dispuesto a romper relaciones consigo mismo y con el puñetero país en el que le ha tocado nacer. Aunque, luego, pendular que es uno, se despierte eufórico y acabe admitiendo, copa en alto, que como en España, oye, en ningún lado.

Nadie le preguntó a Fernando Trueba sobre su españolidad, pero a él le faltó tiempo para segregar la frase del día, la declaración que ha acabado siendo tema de conversación. A nadie le importa si Trueba se siente español, letón o apátrida. Nadie le preguntó. Por cierto, lo de ser apátrida tiene muy buena prensa. Ser de ningún lado y de todos. En efecto, muchos hemos coqueteado con esa especie de nomadismo intelectual. Queda bien, aunque uno luego caiga en una especie de cazurrismo más o menos ilustrado. Porque, no crean, hay cazurros que leen. David Fernández, de la CUP, también es un español de pura cepa a pesar de querer independizarse de España. Ya digo, un español que se precie gusta de maldecir con amor infinito a España. No nos fiemos de esos españoles que se hinchan la boca de españolidad. Simplemente, sobreactúan. El español se resiste a eliminar de su ADN la guerra civil que sustenta su discurso y que, a pesar de los años transcurridos, persiste en el flujo de su sangre. El español suele ser cruel con su propio país. Sánchez Dragó se hermana con Willy Toledo, dos españoles de tomo y lomo que ya declararon, por descontado, su vergüenza españolísima de ser españoles. No busquemos discursos con violín y piano ni suavidades por el estilo. El español de pro abronca, reniega y blasfema contra Dios y su madre. En el fondo, España es un milagro si miramos a sus habitantes. En poco tiempo, una de las mayores características y lo que distinguirá al español de otras nacionalidades, será su impulso denostador contra sí mismo. Nada de grandezas ni de golpes en el pecho como antaño. El buen español será aquel que eche pestes de su país o no será. Ahora bien, una cosa es ser autocrítico y otra muy distinta poner de moda el autosuplicio. Ya saben, el misticismo de quien se flagela para sentirse más vivo. Otros países pueden practicar la autocrítica desde la razón. En España, por lo visto, no puede ser. A nosotros nos va la autolesión. No quien argumente mejor y con serenidad uf, qué aburrimiento sino quien tenga las cuerdas vocales más poderosas y su voz neutralice y aplaste la del otro.

Mañana, sin ir más lejos, muchos españoles que no se sienten tales se decantarán por la opción separatista. Dicen que no se sienten españoles, y les creemos. No se sentirán, pero lo son. Como los hay idiotas y se creen superdotados. Olvidan que la forma más incontaminada de mostrarse español de pura cepa es, precisamente, renunciar a serlo. Los demás, los que nos conformamos con seguir siendo españoles a pesar de los pesares y sin aspavientos, continuaremos habitando este país contradictorio, fascinante e insufrible. Cuando Trueba afirma, sin que nadie le haya preguntado nada al respecto, que nunca se ha sentido español, lo que está confesando es, paradojas de la vida, su profunda y descreída españolidad. Sí, aunque parezca un argumento estrafalario, lo que subyace en la no españolidad de Dragó, Willy Toledo, Rubianes y tantos otros, es el español cabreado de serlo y, por tanto, más español que nunca. Cada español acoge en su fuero interno a un saboteador de sí mismo, a su propio enemigo. Siempre en conflicto, siempre confrontado con ese otro español que le está mirando desde el espejo y, con dedo amenazante, le descerraja la frase: "Voy a por ti." De acuerdo, cansa ser hombre como cansa ser español. Pero ser, como diría José Mota, somos.

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