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Daniel Capó

La desconfianza

En estos últimos meses, Alemania se ha dado de bruces con sus propios límites: las divergencias económicas en el seno de la Unión, el desafío constante de la periferia europea Grecia al frente y quién sabe si también España en un futuro cercano, la presión de Rusia sobre la frontera ucraniana, el distanciamiento con Francia y el Reino Unido a causa del liderazgo europeo y, por último, la avalancha de exiliados que huyen de la guerra en Oriente Próximo. Pero nada ha trastocado más la autoestima germánica que un doble fallo en su cadena de controles: hace seis meses, el trágico accidente aéreo de Germanwings y, esta semana, el gigantesco fraude pergeñado por Volkswagen y reconocido públicamente por el CEO en referencia a la emisión de gases en sus coches diesel. La multa multimillonaria que le van a imponer se habla de una cantidad entre los diez y los veinte mil millones de dólares afectará a sus cuentas de una forma notable, pero sobre todo hiere de lleno el prestigio de la gran multinacional europea del motor, dueña entre otras marcas de Porsche, Audi, SEAT y Skoda. Las consecuencias bursátiles del engaño han sido sísmicas, con una caída en dos días del 40% de su cotización. Y, lo que es peor, la mancha del fraude se ha extendido al todopoderoso made in Germany, muy en especial a las otras dos grandes automovilísticas del país: Daimler AG y BMW. ¿Tal vez la dictadura de los beneficios está quebrando el renombre de la industria alemana? ¿Cómo incidirá este golpe bajo a su capacidad exportadora?

A medio plazo de ningún modo. A corto, es posible que de forma drástica. El presidente de Volkswagen, Martin Winterkorn, ya ha dimitido y seguramente se despida al resto de su equipo. La compañía no tiene otra opción que librarse de los embusteros que la dirigían. Quizás más de un cliente decida comprar un Volvo, un Lexus o un Mercedes en lugar de un Audi o un Toyota, si la comparación la hacemos con el Golf. Hablamos de una magnitud de diez millones de coches vendidos al año, por lo que algún efecto tendrá. El problema principal, sin embargo, parece otro: ¿podemos fiarnos de las grandes empresas? Y no me refiero sólo al sector automovilístico. En España hemos sufrido casos de engaño similares, como la venta de preferentes por los bancos y cajas o la "cláusula suelo", que afecta a tantas hipotecas. ¿Hasta qué punto la información que se nos entrega es correcta y completa? ¿Se respeta nuestra privacidad como clientes? ¿Las aseguradoras cumplen estrictamente con lo estipulado? ¿El etiquetado de los productos corresponde a la realidad? Determinados embustes, como el de Volkswagen, alimentan las dudas.

A la sombra de la sospecha, la desconfianza no ha hecho más que crecer en la sociedad. Es algo general, muy extendido, y que tiene que ver con la transparencia pero también con la pérdida de prestigio de tantas profesiones. Desconfiamos de la vieja clase política, de las farmacéuticas, de los bancos y de la propaganda en los medios; de los funcionarios, de los transgénicos, de las vacunas, de los inmigrantes y de los exiliados; del patrón y de los sindicatos, de la jerarquía eclesiástica, de las facturas eléctricas y ahora de los automóviles alemanes. La verdad es que no sé muy bien cómo puede funcionar una sociedad de este modo. Es la confianza la que instaura las buenas prácticas sociales e institucionales. Y es la desconfianza la que las destruye.

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