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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

¿Es Rajoy español?

Entre Fernando Trueba, Artur Mas y Mariano Rajoy, ser español se está poniendo cada vez más complicado. Por si compartir pasaporte con Belén Esteban no fuera un motivo de alarma suficiente, la entrevista que el presidente del Gobierno le hizo a Alsina ha ampliado la crisis identitaria a un conflicto burocrático. Las incisivas preguntas del líder del PP, “¿y europeos?”, demuestran que tal vez se exagera la seriedad de las oposiciones a registrador de propiedad. Por lo visto, pueden ser ganadas por un ignorante de la condición de nacionalidad, dato de cierta relevancia en la transmisión de un solar.

Rajoy ha triunfado en las redes sociópatas con su chiste de “van un europeo, un español y un catalán”, que envidiaría Eugenio. Por las urgencias del directo, se le olvidó formular la pregunta clave del proceso secesionista, “¿podrán los catalanes ser madridistas, o se les obligará a la nacionalidad azulgrana?” Al fin y al cabo, el fútbol vincula con más fuerza que un vulgar Estado. En un manifiesto imprescindible sobre la depravación de los viajes, el presidente considera que en cuanto cruzas los Pirineos, te corrompes porque te haces francés. No aclaró si la nacionalidad voluble cursa con otros cambios metabólicos, de modo que alguien que viaja de Madrid a Barcelona desarrolla en vuelo una alergia a la paella.

Hemos fingido reírnos con el desolador “no lo sé” radiofónico del presidente, que obliga a sugerir si Rajoy es español. Entre risas, hemos consultado nuestros pasaportes a hurtadillas, para descifrar si somos europeos, españoles, catalanes o todo lo anterior. Margallo remató la torpeza presidencial al expulsar ayer a los catalanes que desean mantener su españolidad, para quién trabaja este ministro. Como siempre en el líder del PP, debe imponerse la visión positiva. Los titubeos, “eeeeeh”, de Rajoy demuestran que es un político sin fronteras, mucho más interncionalista de lo que desean sus críticos, al borde mismo del universalismo de Kropotkin. También nos ha enseñado que la primera condición para fabricarse una identidad sólida consiste en no replanteársela. La Arcadia de Rajoy es un país anónimo en el que solo pregunta él y nadie responde. Ni por él ni por Bárcenas.

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