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La educación: un asunto de todos

"Para educar a un niño, hace falta la tribu entera". Así reza un antiguo proverbio africano. Resulta chocante que en nuestro proceso de "civilización", hayamos olvidado algunos de los principios básicos que quienes nos precedieron tenían bastante claros. Hace poco conocíamos un estudio que concluía que los baleares dan un suspenso al sistema educativo. Los baleares y todos los indicadores que miden el nivel de conocimientos y habilidades de nuestros alumnos, por otro lado. No somos precisamente un ejemplo de rapidez de reflejos, pero al menos consuela pensar que el primer paso para solucionar los problemas es reconocerlos. Aunque al parecer la crisis haya revalorizado la formación como el factor más determinante para encontrar trabajo, es posible que el diagnóstico no sea del todo acertado. El fracaso y el abandono escolar, la poca conexión entre las materias y el mundo laboral, la falta de inversión, la masificación en las aulas y la ausencia de disciplina son los principales asuntos a resolver, según los encuestados.

Con el inicio del curso escolar, la educación ha vuelto a ser tema de portada de periódicos e informativos y asunto de debate en las tertulias y conversaciones cotidianas. La huelga indefinida de maestros y profesores, la aplicación de la LOMCE, los recortes, el cobro de complementos salariales o las ratios han sido los argumentos centrales. Sin que nadie se haya preocupado por hacer la más mínima distinción entre educación e instrucción. Aunque la Real Academia las equipara en algunas acepciones, un concepto es más amplio y global que el otro. La instrucción es el caudal de conocimientos adquiridos „una persona instruida es aquélla que sabe mucho„, mientras que la educación es la crianza, enseñanza y doctrina que se da a los niños y jóvenes y también la cortesía o urbanidad „una persona educada es la que sabe estar, además de haber recibido una formación„. Sin embargo, cuando hablamos de educación solemos referirnos a la noción más restrictiva.

En los últimos tiempos, dos amigos me han manifestado su deseo de mudarse de piso ante la imposibilidad de convivir con vecinos ruidosos. Otro subía a las redes sociales la foto de un joven sentado en el autobús con las pezuñas cómodamente apoyadas en el asiento de enfrente. Por no hablar de los que van a la playa con altavoces para deleitar a los presentes „incluso a quienes sólo queremos relajarnos„ con música repetitiva, de melodía imposible y armonía desconocida „los últimos eran alemanes, se ve que el carácter comedido teutón ya no es lo que era„. Así que a una le da por pensar en si toda esta gente habrá ido a la escuela. Y concluye que es probable que sí, que incluso alguno tiene pinta de colegio de pago. Sería cuestión de plantearse que tal vez la diferencia no estriba únicamente en las aulas, aunque también en ellas.

Durante mi infancia y adolescencia, cuando alzaba más de lo conveniente la voz, era habitual que mi madre me espetara algo así como "no fa falta que cridis, que aquí ningú és sord". Mi madre, o mi abuela, o la vecina del pueblo o incluso un desconocido por la calle, con mis progenitores secundando la reprobación. Hoy en día, es habitual ver a los más pequeños chillando, corriendo, peleándose o tirando arena en la playa, o en un restaurante, ante el ademán impasible de sus padres, indiferentes a que sus críos maleducados molesten al resto de comensales o veraneantes. E incluso censurando a quienes les afean el comportamiento, "porque quién eres tú para reñir a mis niños". Así, los pequeños que jamás se han visto corregidos en sus apetitos „que son revoltosos lo sabemos, pero eso no les impide ser civilizados„ se acaban convirtiendo en adultos con quienes se hace imposible la convivencia a menos que se tenga el mismo nivel de incivismo y de insensibilidad en el tímpano.

Los baleares suspendemos a la educación sin plantearnos cuánto de este fracaso colectivo tiene que ver con nosotros mismos. Sin reflexionar sobre el hecho de que es responsabilidad de toda la sociedad „y de los padres muy especialmente„ enviar a los niños al colegio con un cierto grado de orden, respeto y disciplina que la escuela tiene que acabar de pulir. Los valores no únicamente se enseñan en la escuela. Y desde luego no sirve de nada hacerlo si, al salir por la puerta, los alumnos se encuentran frente a un mundo que predica y premia todo lo contrario a la educación. Con una televisión que hace ricos, famosos y reconocidos a los participantes en las 16 ediciones de Gran Hermano. Con una clase política que enchufa a parásitos sin ninguna formación. Con unos padres que no se preocupan de las consecuencias para otros del comportamiento incívico de sus hijos menores. El fracaso escolar es sólo la consecuencia lógica. Cualquiera de los problemas que nos preocupan en la educación, será irrelevante si cada uno de nosotros no toma conciencia de que criar a los más pequeños no es únicamente enviarlos a la escuela. La sociedad entera es quien ha de encargarse del futuro.

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