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Camilo José Cela Conde

Principio electoral

Hasta los niños de enseñanza primaria habrán oído que Winston Churchill decía que la democracia es el peor sistema de gobierno que existe si se descartan todos los otros. De vivir en estos tiempos es probable que hubiese buscado palabras más duras para calificar no al sistema en sí sino a quienes lo convierten en realidad: los votantes. Los ciudadanos griegos han dado la victoria de nuevo al partido, Syriza, que rechazó en la primavera las condiciones del rescate por parte de la Unión Europea, promovió en el mes de julio un referéndum disparatado que en la práctica mandaba a freír espárragos a las instituciones comunitarias, lo ganó por un margen considerable, hizo luego lo contrario de lo que era el mandato de los votantes negociando un rescate todavía peor que el que la UE le ofrecía en un principio, perdió la mayoría en el parlamento con una escisión interna de su partido incluida, convocó nuevas elecciones y acaba de ganarlas por un margen asombroso a la vez que el grupo que sostuvo desde el principio que había que hacer lo que Syriza, a la postre, hizo respecto del asunto del rescate económico, ha sacado un resultado muy pobre.

Ni los psiquiatras con carrera ilustre, ni los politólogos avezados, ni los especialistas en sociología electoral pueden explicar qué es lo que les ha pasado por la cabeza a quienes han votado, erre que erre, a Syriza con todas ese historial de despropósitos a sus espaldas. Como consecuencia inevitable, cabe entender que a las urnas se va con cualquier espíritu excepto el del análisis racional y crítico. Aplicando ese mismo principio a otro país que a mí al menos me interesa más, España, cabe entender mejor por qué las cifras macroeconómicas saneadas no hacen subir la decisión de voto hacia el Partido Popular y, en un alarde de inconsecuencia, llevan a que el Partido Socialista siga parecidos rumbos de desplome en la confianza de los electores. Bien es verdad que ninguno de los partidos nuevos emergentes, Podemos y Ciudadanos, ha recibido en las recientes elecciones autonómicas y municipales el premio augurado por las encuestas pero su auge viene a ser más de lo mismo habida cuenta de que no se tiene experiencia alguna acerca de sus respectivas capacidades para la administración.

En esas tropezamos con la votación más antirracional y alejada de los análisis críticos que hemos vivido desde los tiempos en que la democracia volvió a España: la de las elecciones autonómico/plebiscitarias (como se desee) de Cataluña, con una ausencia total de programa de gobierno por parte de quienes cuentan en las encuestas con la mayoría absoluta casi asegurada y un brindis al sol por parte de los que siguen sosteniendo que se trata de una elección como cualquier otra del ámbito del Estado de las Autonomías. Aplicando el principio electoral de Grecia cabe esperar que suceda cualquier cosa menos la que daría la seguridad y esperanza que se merecen los ciudadanos catalanes: un mensaje claro y un programa en consecuencia destinado a llevarlo a cabo.

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