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Antonio Papell

Más que independentismo, irritación

Las encuestas publicadas este domingo por El País y La Vanguardia ponen de manifiesto el gran fracaso del Estado, del Gobierno y las instituciones políticas, económicas y sociales en su empeño de desactivar la pulsión independentista en Cataluña. Las amenazas -con la independencia, Cataluña quedará aislada de la comunidad internacional, tendrá que aceptar un corralito tras la salida de la Eurozona, los principales bancos y las multinacionales radicados en Cataluña se deslocalizarán, etc.-, sólo se ha conseguido excitar el amor propio de los catalanes.

En efecto, la mayor presión ha proporcionado crecientes adhesiones a la lista única y a la CUP, que según los sondeos mencionados habrían alcanzado ya la mayoría absoluta de los escaños y estarían muy cerca de alcanzarla en votos. Y semejante éxito soberanista sólo tiene una lectura posible: en Cataluña hay dos fenómenos superpuestos, que se han retroalimentado entre sí: la exigencia independentista, que antepone la ruptura con España a todas las demás demandas ideológicas y políticas, y una extraordinaria irritación social muy generalizada que se nutre de los errores de 'Madrid' o, por decirlo más claro, de Rajoy, quien ha defendido y practicado la estrategia de no hacer nada, en la confianza de que los problemas se pudran y desaparezcan espontáneamente, sin necesidad de intervención alguna. El precedente de que Rajoy dio la callada por respuesta a las sugerencias de que debía solicitar el rescate de la economía España, una decisión pasiva que fue entonces beneficiosa para nuestro país porque nos libró de una intervención muy dolorosa, no es de aplicación al problema catalán, donde el presidente del Gobierno debió haber tomado cartas en el asunto mucho antes, aceptando con deportividad las críticas, reconociendo lo razonable de muchas de las reclamaciones y poniendo los medios para repararlas y para evitar nuevos desencuentros en el futuro.

Porque lo más llamativo es que el independentismo ha avanzado sin que por ello haya disminuido la moderación en el electorado, ni siquiera el porcentaje de partidarios de las 'terceras vías'. Paradójicamente, en la citada encuesta de Metroscopia la subida de 'Junts pel Sí' coexiste con una valoración pésima de Artur Mas -el 60% de los encuestados cree que no debería ser el presidente de la Generalitat si su grupo consigue formar gobierno, frente al 26% de partidarios-, y con una nueva victoria -con el 42%- de quienes, de ser posible en un hipotético referéndum una tercera alternativa de tipo federal en que Cataluña seguiría formando parte de España pero con nuevas y blindadas competencias en exclusiva, se decantarían por esta fórmula, frente al 31% de los partidarios de la independencia de Cataluña sin paliativos y al 18% de quienes se pronuncian a favor de que Cataluña siga formando parte de España con las mismas competencias que tiene ahora.

En otras palabras, a la luz de estos datos, se obtiene que el voto soberanista crece y se impone no tanto para conseguir la independencia cuanto para romper el actual statu quo, para expresar disconformidad con la apatía de Madrid, y para forzar a toda costa una negociación encaminada a cambiar las cosas.

Juan Luis Cebrián ha publicado este domingo un buen artículo en el que sostiene la tesis de que la reforma de nuestra democracia debe hacerse, no para resolver el problema de Cataluña, sino porque le deterioro de las instituciones actuales amenaza con derruir el sistema democrático. Tiene razón, pero también es claro que el conflicto catalán debe actuar de acicate para impulsar esta reforma constitucional que ha de ser profunda, valiente y fruto de un gran derroche de magnanimidad por parte de todos.

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