El episodio es conocido. Artur Mas ha dividido finalmente a los catalanes entre los buenos, los partidarios de su lista y de la independencia, y todos los demás, que son la ultraderecha. Esto, la división a partir de criterios arbitrarios de la sociedad en categorías enfrentadas es, obviamente, la esencia del nacionalismo, y hay que agradecer a Mas que nos permita verlo en su prístina fealdad. Pero lo más curioso ha sido la reacción de uno de los aludidos, Pablo Iglesias, que al verse tildado de ultraderechista no se ha defendido apelando a criterios ideológicos, sino genéticos. ¿Cómo va a ser él de ultraderecha si a su tío abuelo lo mataron, a su abuelo lo condenaron a muerte y su padre estuvo en las cárceles franquistas? He aquí a dos políticos que desdeñan olímpicamente la razón y confían la política a las virtudes taumatúrgicas de la lengua y la cultura el uno o de la sangre los dos, en realidad. En realidad, lo que buscan afanosamente es desvelar los estigmas del adversario, bien sea a partir de sus apellidos o de sus ancestros.

Los creyentes en la pureza de sangre ideológica es decir, que la adscripción política está fatalmente determinada por la genética no siempre lo tienen fácil. Por ejemplo Ramón Espinar, desde julio senador de Podemos por Madrid, emitió en mayo un orgulloso tuit que decía: "Somos los hijos de los obreros que nunca pudisteis matar, los nietos de los que perdieron la Guerra Civil". El caso es que el padre de Ramón Espinar no es exactamente un obrero al que nunca han podido matar (¿quiénes?), sino un consejero de Bankia que entre 2003 y 2010 disfrutó de una tarjeta black lo que no impidió a Ramón Espinar practicar un escrache contra José A. Moral Santín por ser también consejero de Bankia y disfrutar asimismo de tarjeta black. Otro ejemplo. En un mitin en Dos Hermanas en 2008 Manuel Chaves enunció: "Tenemos que ganar, porque se lo debemos a nuestros padres y a nuestros abuelos, que lo pasaron muy mal durante el franquismo". No se sabe cómo lo pasó el abuelo, pero el padre de Chaves fue coronel de artillería condecorado por Franco con la Cruz del Mérito Militar con distintivo blanco. Obsérvese que en ambos casos el mecanismo funciona igual: la mezcla de la política con el ADN provoca una disonancia que obliga al afectado a incluir la incoherencia en su mundo.

No es el caso de Pablo Iglesias, cuyos parientes estuvieron realmente en la cárcel durante el franquismo. El abuelo por participar en sacas en el Madrid de la Guerra Civil: parece ser que el 7 de noviembre del 36 se dirigió con unos camaradas a la casa de Joaquín Dorado, marqués de San Fernando, y se lo llevó junto con su cuñado Pedro Ceballos a la checa de Serrano 43; unas horas más tarde ambos fueron asesinados en la Pradera de San Isidro. Y el padre por pertenecer a FRAP, organización que cuenta en su haber con seis asesinatos. Es obvio que Pablo Iglesias no tiene ninguna culpa de lo que hicieron sus antecesores, pero no parece que sea como para mostrarlo orgullosamente. Es posible que su concepto de ideología de sangre le obligue a ajustar sus propias disonancias. O realmente cree que ambos son modelos de comportamiento democrático.

* Candidato de Ciudadanos por Balears al Congreso de los Diputados