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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

¡Alemania, Alemania!

Éste es el grito de los refugiados sirios que, huyendo de la guerra, de Asad, del terrorismo del Isis, atraviesan con sus familias, sus mayores y sus niños, Turquía, Grecia, Serbia, Hungría, dejando un reguero de muertos por el Mediterráneo, con el firme propósito de salvar la vida y comenzar una nueva en la tierra prometida. Y lo hacen engañados, explotados por mafias y dificultada su peregrinación por gobernantes como Víctor Orban, agotados y extenuados, hombres acarreando a sus padres, niñas a sus hermanos menores, con una determinación que tiene su único fundamento en la desesperación ante la muerte. Su experiencia recuerda a Rilke: "¿Quién habla de triunfar? Sobrevivir es todo".

Seguramente Europa no habrá vivido una crisis de refugiados como la actual, que recuerda en algunos aspectos el drama de los republicanos españoles huidos a Francia, donde fueron recluidos en campos de concentración. Muchos de ellos se unieron a la resistencia francesa contra los nazis; otros consiguieron embarcarse y encontrar refugio en el Méjico de Cárdenas o Argentina; otros, menos afortunados, fueron entregados a Franco por el gobierno de Vichy o acabaron en Mauthausen o Buchenwald. O el retorno desde los campos de exterminio nazis de judíos y presos políticos, en un viaje tortuoso por Polonia, Rusia, Ucrania, Rumania y Hungría, que tan magistralmente relató Primo Levi en La tregua.

La realidad de los números es escalofriante. El número de refugiados que ya han entrado en Alemania el mes de setiembre es de 92.000. El número que se está manejando para todo el año es de un millón. Fernández Díaz dijo el martes que España acabará el año tramitando unas 35.000 demandas de asilo político, 17.000 correspondientes a solicitantes entrados por Ceuta y Melilla; y el resto, de la distribución acordada por Bruselas. Y la respuesta de los países europeos ha sido hasta ahora, o bien cicatera y contraria a la aceptación de cupos, como se comprobó en la reunión de ministros del Interior del lunes, por parte de Hungría, República Checa y Eslovaquia, o de estar a la expectativa a la espera de ver que hacía Alemania. El primer ministro eslovaco, Robert Fico ha dicho: "Da igual quién nos lo pida, no vamos a aceptar cuotas obligatorias. Jamás". Las razones que invocan los países renuentes, incluyendo a Polonia, además de las que tienen que ver con razones estrictamente egoístas y económicas, tienen que ver con el supuesto peligro que para Europa, sus tradiciones y sus creencias cristianas, representa la incorporación de gentes mayoritariamente seguidoras de la religión musulmana. Algunas voces alertan también de que entre los refugiados puede haber terroristas del Isis que multiplicarían los riesgos de atentados en Europa. Respecto a las primeras, no puedo sino citar unas palabras de Klaus Mann, hijo de Thomas, en Cambio de rumbo: "Si Europa ha sido digna de ser amada y grande, debe su esplendor al doble legado de Grecia y el cristianismo. El Gólgota y la Acrópolis son los garantes de la civilización europea, de la vida europea. El continente pone en peligro su dignidad, incluso su existencia, en cuanto niega y olvida esta doble obligación: Grecia más cristianismo". Afortunadamente, países como Croacia, así lo han entendido, su primer ministro, Milanovic, socialdemócrata, así lo ha dicho: "Tendremos en mente los intereses de Croacia, su seguridad, pero tampoco olvidaremos que somos personas, en su mayoría cristianos".

Pero de lo que no se puede dudar es que, si Europa se ha decantado por la incorporación como asilados políticos a los refugiados que huyen de la guerra en Siria, Libia y Afganistán, a falta del acuerdo sobre las cuotas que corresponden a cada país y sobre la consideración de las mismas como obligatorias, o sobre las consecuencias sobre las ayudas europeas a los países que se nieguen a acogerlos, ha sido por la decisión de acogerlos de Alemania y su gobierno de la Grosse Koalition encabezado por Angela Merkel. Alemania ha mostrado al mundo en el transcurso de la historia sus dos caras más visibles; una, deslumbrante, otra, tenebrosa. Una de ellas tiene que ver con el humanismo, la ilustración y la exaltación de la libertad del idealismo alemán, tanto en su período clásico como en lo más lúcido del Romanticismo, que puede identificarse con lo apolíneo, que representan figuras como Goethe, Schiller, Kant, Schelling, Hölderlin, Hegel, etc., de una brillantez tan extraordinaria, que sólo se puede comparar con la de la Grecia clásica. La otra, dionisíaca, tiene que ver con las pulsiones más oscuras del Romanticismo, sacadas a la luz por escritores como Nietzsche y Schopenhauer o músicos como Wagner, que dieron origen a un nacionalismo que culminó en el nazismo, el estado totalitario, la Segunda Guerra Mundial y el holocausto judío. Escribía Paul Tillich, el gran filósofo de la religión, que el Romanticismo es una actitud del espíritu que, en lugar de entregarse a la aventura de la autodeterminación personal, intenta encontrar refugio en los poderes originarios del suelo, del linaje y de la sociedad transmitida, con sus costumbres y estatutos, que contiene en cierta manera la exigencia de engendrar a la madre a partir del hijo y hacer venir al padre desde la nada.

La actual Alemania pretende, y quizá está en su mano, identificarse con la primera de sus caras. Dije, cuando, en plena discusión sobre las medidas de austeridad, muchos abogaban por la salida del euro y renegaban de la UE liderada por Alemania, que reformas estructurales eran estrictamente necesarias en España aunque el país estuviera dirigido por corruptos, mentirosos y nada ejemplares políticos; que se estaban aplicando sin afectar por igual a todos los sectores sociales, con lo cual se incrementaba la desigualdad; y que, puestos a estar dirigidos por los incompetentes y populistas profesionales de la política españoles, prefería ser gobernado desde Europa y por Merkel. Lo decía con la conciencia plena de que el ensimismamiento y el retraso español han tenido siempre que ver con el aislamiento de las corrientes ideológicas europeas, el autoritarismo o la dictadura, el clericalismo, y al poder de unas élites económicas ligadas a la tierra, al caciquismo y al capital financiero; y de que, frente a la globalización, el aislamiento y la devaluación que frena las reformas, son suicidas. Cuando, después de un primer posicionamiento a favor de integrar a la masiva migración de refugiados, el caos se extendía en Austria y el sur de Alemania, Merkel dispuso la regulación de los puntos de entrada para racionalizar el procedimiento de acogida en toda Europa (no se trata de un problema alemán sino europeo, creado, además, a partir de la invasión estadounidense de Irak), se lanzaron el martes pasado críticas aceradas en su país contra ella, exigiéndole disculpas por la actuación de su gobierno, Angela Merkel, respondió como sólo puede hacerlo un dirigente que merezca tal nombre: "Si ahora empezamos a disculparnos, en situación de emergencia, por mostrar una cara amable, entonces éste no es mi país". ¡Qué envidia!

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