La Comisión de Presupuestos del Congreso, presidida por el socialista Enrique Serrano, debatió 4.326 enmiendas parciales presentadas a los presupuestos generales del Estado entre las 16 horas del martes y las 16 horas del miércoles pasado. A partir de esta hora, se procedió a la tediosa votación. No es demagógico asegurar que esta clase noticias genera desafección hacia la política en general y hacia la política parlamentaria en particular. No se puede despachar una tarea tan esencial como es la distribución de los recursos públicos mediante un debate de estas características, que ni siquiera oculta la falta de matices y el imperio arrasador de la mayoría política frente a cualquier propuesta, cualquier sutileza, cualquier intento de modular la acción pública. Los presupuestos generales del Estado deberían ser sagrados, primero, porque resumen la política del Estado. Y, segundo, porque canalizan las aportaciones de todos, fruto del esfuerzo del cuerpo social. Y, sin embargo, se confeccionan a trompicones, sin esmero, sin la delicadeza que exige el manejar el dinero común. ¿Cómo podremos pedir después conciencia fiscal a los contribuyentes y rigor estricto a quienes manejan los fondos públicos?
